El tan temido desierto…
Aunque nos sugiera sequedad, dificultad y soledad; también es una excelente oportunidad para comprobar “de que estamos hechos” y sacar fuerza (de donde pensábamos, no la había) para luchar por la vida.
Es en el desierto cuando aprendemos a lidiar con el sol que nos aniquila de día y el frío inclemente que nos entumece de noche… A veces nuestra alma posee llamas que nos resultan inmanejables, pasiones sorpresivas, emociones que terminan desencadenadas y arrasando con todo a su paso. Otras, en nuestro ser, el frío se cuela y terminamos siendo insensibles hasta con el amor que pasa cándidamente ante nuestros ojos, y que desechamos por estar muy “ocupados” añadiendo cubos de hielo al depósito de nuestros sentimientos.
Ambos escenarios son dos caras de la misma moneda. Ese es nuestro desierto, el particular, el que lleva nuestro “sello”. Del que salimos y no queremos volver, pero que sus lecciones son imborrables. Sin embargo, es en ese mismo lugar, en el que podemos aprender a luchar por nuestra vida, a manejar lo que nos quema sin incendiarnos y a dar tibieza a nuestra alma sin que termine en deshielo. Allí, en nuestra necesidad, reconocemos que necesitamos de alguien más, y que al encontrar su oasis en el medio de nuestros pasos secos, nos podemos simplemente sentar a reposar.
El desierto nos permite olvidarnos un poco de nuestro ego, y luchar por lo que somos realmente, nuestra esencia, no los adornos que otros nos imponen. En ese lugar, no importa tanto ” brillar” sino “vivir” y esa es nuestra mayor conquista. Allí, nuestro árbol tiene que echar raíces profundas para buscar restos del preciado líquido ante la sequía eterna, y hacemos provisión interna para soportar lo que viene.
No es el lugar favorito de las risa, pero es de los mejores para valorar los tiempos en que podemos hacerlo a carcajadas.
El que ha caminado el desierto y recibido sus lecciones, estará dispuesto a subir la más alta de las cúspides, cruzar las más intrincadas colinas, lanzarse al más profundo valle y recorrer el más largo camino sin preocuparse por lo que obtendrá al final, sino por estar consciente de que ” vive” a través de cada paso que da. Que su fuerza se ejercita con cada respiro y que sus raíces no dependen del terreno externo sino del suelo de su corazón.
El desierto nos alienta a vivir…
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En tus Arenas he aprendido
De sentimientos escondidos
Que creía no tener…
Reposando aquí en mi ser.
Llama que quema implacable
Frío que a veces me atrapa,
Y en tus Arenas desatan
Un amor que es indomable.
En el desierto he podido sentir
En el desierto tomé el riesgo de vivir.
Tú has estado por ahí…
A veces para llegar al valle fértil hace falta caminar por el desierto y no viene mal. Hundir los pies, sentir el sol abrasador, tal vez pasar hambre, no ver mas allá, pero quizás sea una buena cura de humildad. Buena tarde/noche.
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Así como lo dices, lo percibo Mar.
Muy agradecida siempre por tus palabras.
Espero que estés pasando una buena semana.
Abrazo!
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Hermosas reflexiones llenas de sentido.
Un abrazo
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Gracias amigo. Un placer compartirlo contigo.
Abrazo!
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También el desierto que habita en nuestro corazón, puede florecer de bellas esperanzas.
Tener una buena actitud ante la vida, nos da las armas para seguír luchando para alcanzar nuestras metas.
Excelente reflexión, me encanta.
Besitos
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Exactamente es como lo dices querida Esperanza. Abrazo grande.
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