
Se abre la sesión, hace su entrada solemne a esta sala, su “Señoría” quien preside el juicio contra este infame individuo.
Todos de pié, ya él juicio comenzó!
El jurado en su sitio, el defensor moja sus labios con su lengua como medida preventiva para lucir bien, para afinar sus pensamientos y lanzarse al ataque cuanto antes. El acusador acaricia su maletín con timidez, como si pretendiese que al frotarlo el coraje que le hace falta lo fuera a conseguir por el simple contacto.
Queda de pié el acusado. Habla su señoría
– Usted, el que se viste de encanto, cuya mirada es profunda y sus palabras de miel ¿cómo se declara?
– Yo, ¡soy inocente! Señoría.
-… ¡Yo sólo estaba jugando!
Se da paso al acusador, quien alisa un poco su traje azul algo gastado, también pasa su mano izquierda sobre sus cabellos, cuyo mechones negros se empeñan en estar sobre el lado izquierdo de su frente tapando contínuamente su ojo. Es como una especie de máscara que se ha puesto, para no mostrar realmente que es casi uno de ellos, del gremio del acusado. La audición ha comenzado y los cargos se escuchan.
-Se le acusa de asesinar la confianza
-De maltratar la ilusión
-De acabar con la esperanza
-Que había en un corazón.
Sentado en el lugar donde se rinde declaración, ante los ojos expectantes de todos en el salón, el acusado pausadamente responde observando fijamente a cada una de las féminas del jurado, quienes esquivas se miran entre ellas como buscando refugio.
-Nuevamente digo: “Soy inocente”… Yo simplemente jugaba.
-¿Dice que sólo jugaba, cuando entró a su vida…así como si nada?
-¿Qué no había intención alguna de enamorarla? ¿Eso dice?
Se hace un silencio de segundos eternos en la sala, las mujeres que hay allí, comentan con las miradas: -¡Desgraciado! Se les lee en la mente decir, aunque sus bocas no digan nada. Sin atreverse a mirar fijamente a este hombre por más de dos segundos. Están quizás revueltas y hasta confundidas.
-La víctima ha dicho, que sin pedir permiso sin más nada, usted le hizo sentir cosas que ella no esperaba (la voz del acusador quiere ser grave, pero es más un chillido que otra cosa). Cito a continuación lo que ha declarado la víctima por escrito, antes que usted:
-Sus dulces palabras me hicieron creer que le importaba
-Sus manos de miel se paseaban por mi espalda
-Sus escritos me inspiraron a sentir lo que soñaba
-Su presencia cada día en mi vida me hizo creer que me amaba.
-Pero resulta, que nada era como yo pensaba
-Mientras hablaba conmigo en el fondo se burlaba
-Me tomó en sus brazos y no llegó a sentir nada
-Me dejó como alguien que espera el tren en la parada.
¡Protesto Señoría! Exclamó el defensor.
Eso que el acusador cita, son sólo percepciones equivocadas de la supuesta víctima. Cada quien es libre de pensar lo que quiera de otro y no por eso lo hace culpable de este horrendo crimen, del cual es acusado mi cliente.
– ¡No a lugar! Mantenga la compostura, ya pronto tendrá su oportunidad. Continuemos….
Se hace un revuelo en la sala. Los hombres con medias sonrisas irónicas, miran de reojo a las féminas que una vez más se retuercen en sus asientos.
-¡Ni que esto fuera la Inquisición! Se deja oír un comentario en el fondo del leve murmullo general.
Toc, toc se oye el duro y seco golpe del martillo recordando que la justicia no se ha ido, aunque a veces la venda en los ojos sea muy densa.
-¡Orden en la sala, sigamos!
El acusador siguió tímidamente su exposición, mientras el acusado siempre se mantuvo imponente. Su mirada recorría la sala posando sus ojos sobre cada una de aquellas mujeres, que ante su mirada penetrante acomodaban unas, sus cortas faldas, otras cerraban el botón de su blusa que a propósito habían dejado abierto, como costumbre de seducción, pero en ese momento se sentían desnudadas no de sus ropas, sino en sus pensamientos, por aquel delincuente acusado de grandes crímenes. Querían cubrirse como eb defensa, aunque no sabían exactamente de qué debían protegerse.
Todo continuó por unas horas, entre revuelo, confesiones, lágrimas de unas testigos y una que otra cita sobre lo que la víctima había dicho, que este delincuente había hecho.
Se dió paso al abogado defensor.
-Señoría, con mi cliente aquí ante todos ustedes, sólo le pido que primero le observé bien. ¡Mírelo! (El gato con botas de la película de animada tendría que tomar lecciones con él), este hombre no es capaz de hacer toda esa serie de acusaciones infundadas que pesan sobre él.
-El no tiene la culpa de despertar sentimientos, de encender los pensamientos. -¡Mirelo bien! Ya que podría ser él, más bien víctima y no el victimario.
-Las mujeres se han acostumbrado al maltrato y a la forma rústica de ser tratadas, con todo ese asunto de la igualdad, que cuando un hombre es cortés con ellas, ya creen que las está enamorando.
Esas palabras salpican toda la sala, y el hábil leguleyo sabe que es así, por tanto enfila el resto de su ataque para lograr que su defensa se haga más creíble y productiva cada vez.
– Este hombre, el de la mirada profunda y reposada, se acercó a ella, porque simplemente necesitaba ayuda. Y eso fue lo que hizo ¡le ayudó! -Hay mujeres que no sólo necesitan palabras… Y el simplemente estuvo dispuesto. ¿Acaso eso es digno de condenación?
Una vez más los argumentos del abogado consiguen que una ola de comentarios y murmuraciones se hagan presente. Los hombres sonríen, casi diciendo: ¡Exactamente así es! Y muchas de las mujeres tienen expresión de interrogantes en sus mentes.
-Las percepciones, como les decía hace un rato, son personales… Y a veces lo que se piensa no es.
-Sería absurdo endilgar culpas simplemente por no ser correspondida. ¡Eso es simplemente absurdo!
-Aunque hubo contacto diario, no hubo promesas; así que no hay ningún pacto transgredido. Mi cliente es totalmente inocente y de eso no hay duda alguna…
La ironía del defensor y toda su argumentación, demostrando que domina al tema, arrincona por completo al acusador.
-Además Señoría, este juicio se está llevando a cabo en ausencia de la víctima, ¡quien ni siquiera tiene el valor de dar la cara! Escudándose en un dolor que nadie aquí puede constatar.
Hora y media más de disertación, de acercarse este experto hombre al jurado y a través de palabras con el tono indicado, hasta convencerlos de que ya han ganado.
Entra en receso la sesión, mientras la deliberación del jurado se lleva a cabo y al fin en la tarde de ese día se reanuda el caso con el veredicto listo. Se da lectura al resultado, su Señoría preside:
– De acuerdo a toda la información recabada y a las pruebas presentadas, este honorable jurado ha encontrado al acusado, el de la mirada profunda… ¡Inocente! La voz de quien lee el veredicto es temblorosa…
Se oyen voces de júbilo, el abogado satisfecho aprieta la mano de su cliente, pensando en todo el dinero que ha ganado y la fama que le seguirá precediendo en lo adelante.
Su señoría abandona el estrado, baja lentamente los escalones y va deshaciéndose de sus ropas memorables y honoríficas. Se quita la imponente toga, suelta sus cabellos perfectamente amarrados, hasta alborotarlos por completo. Los lentes que cubrían su rostro son echados al piso, sigue así caminando lentamente, se abre un camino entre la multitud como si el mar estuviese lado a lado… Va despojándose del resto de su ropa, abre cada uno de los botones de su traje, cae su falda su chaqueta, sus piés están descalzos. Ya no hay blusas, ni sujetadores internos, no quedó ninguna de sus prendas. Sólo sus largos cabellos tapan parte de su busto. Su mano derecha se levanta y sólo se deja escuchar el hueco sonido de una bala…
El disparo atraviesa la frente de aquel hombre cuyos ojos profundos en ese momento la miraban. Su asombro fue lo último que sintió, al ver quien le disparaba.
-Te declaro culpable, yo, a quien tú le estafaste el alma.
-Ya no volveré a escuchar tu sonrisa, aquella con que me alegrabas.
-Ya no habrán más palabras de mentira, porque aquí las doy por terminadas.
-Ya no hay más juegos de cariño, porque al final sólo fui yo quien te amaba.
-Te condeno entonces a no estar atado más al rincón de mi vida, a la profundidad de mi alma.
-Libro a las otras de ti, para que no sean engañadas, para que no piensen que por tus palabras, tengan ilusiones de ser amadas.
El cuerpo yacía en medio de la sala, las esposas sobre sus manos estaban, la escoltaban a su celda y su cuerpo ya tapaban.
Su veredicto fue implacable: ¡CULPABLE! Porque lo amaba