En estos días, mientras andaba por las calles, fui testigo de un país que está muriendo. En la terapia intensiva de una resignación desconocida para mi, pareciera que muchos esperan su último suspiro, la expiración total de su existencia, la declaración legal de su muerte…

Y como todo moribundo, hay quien a su alrededor, se está peleando por lo que deja, por sus pertenencias, sus riquezas y todo lo que en sí mismo produjo, cuando era un país próspero, libre, alegre y con ganas de seguir la lucha que comenzó en los días de una independencia que hoy suena a utopía, a cuento de la abuela, a más nunca.
En su testamento hay riquezas de todo tipo, si, a pesar de que su propia familia le ha robado de manera recurrente, queda oro y cualquier piedra preciosa que pueda tan si quiera pensarse, así como minerales y tesoros en el suelo, por demás; queda también belleza, que aún cuando no ha sido atendida, permanece como sombra acusadora de los que han querido desdibujarla. A veces pienso que su riqueza ha sido el mal que le ha perdido.
Luego reaccionó y digo: -¡No! Su perdición ha sido la codicia de quienes lo habitan, le han puesto mano y ahora quieren conducirlo con camisa de hierro a una muerte segura.
El corazón del país late lento, muy lento… tanto que ya no se oyen sinfonías alegrando estos días navideños. Ya no hay quien vaya a dormir esperando recibir regalos de noche buena, y en su lugar hay gran cantidad de gente durmiendo en sus calles, a la intemperie, sintiendo el frío de la indiferencia de quien le ve, y es como si no pasara nada.
Su tensión ya ni se encuentra. El país que se emocionaba por las fiestas o celebraciones y se entristecía además cuando alguna tragedia visitaba a un vecino, ya se ha ido borrando, su pulso no se acelera. Los que antes luchaban porque se hiciera justicia, porque hubiera provisión o que su ideal mereciera una protesta, ya no existen, les ganó la resignación, tuvieron precio, nadie lo entiende.

A ratos parece que no respira, que ya las fauces de la muerte le arrebató todo aliento, y luego me doy cuenta que aunque muy leve sigue sin morir, pero está en el camino de hacerlo. Los que estaban para cuidar a cada ciudadano, se han cambiado de bando, ahora son los que asustan, atropellan y por los qué hay que rezar para ser invisibles al pasar ante ellos y sus abusos diarios.
El brillo de sus ojos se ha esfumado, su pupila está fija y dilatada como en un coma inducido, donde ya no hay reflejo, de lo que veía en otro tiempo. La mirada de los niños pidiendo en los semáforos, refleja esta realidad tan dura. Da dolor el observarlos, pero la oscuridad de la muerte hace que también a veces esos mismos niños, den miedo. La delincuencia no sabe de edad.
La fuerzas de sus piernas ya no está. El país que daba pasos rápidos y grandes hacia un futuro promisorio, donde su gente tenía esperanza de saborear la oportunidad de desarrollo, el crecimiento en las profesiones, trabajos remunerados dignamente, eso ahora es un cuento pasado, tanto que si no tuviéramos la historia que nos cuenta que así era, lo pondríamos en duda. Los atletas que corren en su nombre lo hacen sabiendo que al llegar a su país, puede que todo esté faltando, y quizás traigan medallas que tengan que vender en el futuro inmediato para poder procurarse un plato de comida.
Sus pulmones, que en otro tiempo le permitía respirar profundamente y tener el ánimo necesario para estar dispuesto a ofrecer ayuda a quien lo necesitara, hoy casi no alcanzan a recibir una bocanada de aire puro. Sus calles llenas de basura por falta de recolección oportuna, unida a quienes rompen las bolsas en busca ya no sólo de alimentos, sino de algo que puedan revender y hacer cada vez peor la cadena interminable de “buscar tu necesidad y aprovecharme de ella” hacen casi irrespirable el tránsito por sus calles.
Pero lo peor, la situación más crítica de la salud de este país moribundo, es lo que ocurre en su psiquis, en su mente. Y es que, el sentido de pertenencia, de lucha, de solidaridad y fraternidad, se escurre como agua entre los dedos. Pululan por todos lados quien revende a precios exorbitantes lo que se considera de primera necesidad; la dinámica de lo que llega a la estantería de los negocios y es absorbido por unos pocos que luego revenden por montos a veces inalcanzables, mantienen a la población en una guerra de supervivencia, que pareciera no tener fin. Cuando las enfermedades son mentales, las esperanzas de recuperación son más difíciles, y se requiere de mucho esfuerzo, excesivo cuidado y amor sin igual para poder sobrellevar una situación de esas.

En fin, el país está muriendo, para la fiesta de algunos y el luto de casi todos. Es increíble que luego de conocerlo joven, robusto y saludable, se convierta cada día más en un cadaver, sin una causa realmente lógica que pueda hacernos entender ¿cómo es que se ha hecho posible, este cuento de terror?
Quizás las campanas de duelo, suenan ya… anunciando el desahucio, el fin.
Sin embargo, creo en su resurrección, en el despertar de la consciencia adormecida, en voces que puedan decir ¡Ya basta!, en corazones que estén dispuestos al trabajo, a la fraternidad y a la reconciliación.
Es propicia la ocasión.
Ruego por ello….