Simple!
Tropezar, caer, errar, equivocarnos, pecar, regarla, meter la pata, son hechos que son inherentes al ser humano.
Basta de querer asfixiarnos en el traje de la perfección; basta de solo querer cuidar nuestra reputación, para que gente con quizás más trastornos que nosotros, nos apruebe.
Nuestra humanidad trae implícito un margen de error, de falibilidad, de no estar bien todo el tiempo. Por eso existen los profesionales que ayudan a superar los trastornos, los libros que dicen de acuerdo a investigaciones o experiencias propias cómo salir del hoyo y por eso para los que practican la fe, existe Dios que perdona pecados.
Aún sabiendo esto, no lo creemos, por tanto tropezamos y nos levantamos sonriendo como si no dolió. La embarramos completamente con alguien y buscamos mil pretextos que lo justifiquen sin admitir que estuvimos mal y necesitamos pedir perdón. Por esa misma razón Adán le echo la culpa a la mujer y ella así mismo a la serpiente.
Somos seres humanos, mortales, efímeros. Que al igual como nuestro cuerpo pasará dentro de poco, de la misma manera podemos cambiar en nuestra forma de pensar y sentir con el paso de los años (sea errado o no).
Darnos el permiso de tropezar, es asumir que si lo hicimos, que si pasó; que nos tocara tener más cuidado o simplemente disfrutar aún estando en el hueco.
Sintámonos bien por mejorar nuestro andar, pero sintámonos aún mejor por reconocernos humanos y aceptarnos con nuestras flaquezas y debilidades, así como nos gusta exaltar nuestras virtudes.
No somos a prueba de balas, aunque debo reconocer que quisiéramos serlo. Somos imperfectos.
Lo bueno de esto, es que en medio de nuestros tropiezos también encontramos a otros que lo han hecho y el saberlo nos hace más humanos y comprensivos. Somos bendecidos con ello.