El día de ayer se despidió llorando. Toda la tarde entre lluvia, relámpagos y truenos continuó diciendo que algún dolor había allá arriba.
Pero al final luego del ruido y del llanto, comprendí una vez más que siempre hay una ventana de luz, por donde escapa la oscuridad.
Aún recibiendo la noche, la luz, no se rendía.
Y esas ganas de brillar son como esos amores que no se paran, a pesar de los obstáculos con que se puedan encontrar.
Y el día ser marcho en paz.
Pero hoy…
Hoy que se viste de azul en su apariencia, que los pájaros cantan alegrándole…
Hoy se deja colar un fondo gris que le ensombrece, a pesar de tanto azul circundando.
Y al contrario del atardecer de ayer, esto me dice que a pesar de que todo pueda estar como queremos, que el Amor nos extienda su mano más generosa… encontramos la manera de amargarnos, llegando a pensar en otra cosa.
Ese pasado, ese ayer, que aún traemos a cuestas, que pesa y que no soltamos.
El sol o la lluvia se irán cuando estemos dispuestos a sacudirnos las gotas y también a dejar descansar el brillo. Ambos son necesarios y llegan, aferrarse sólo a uno u otro es el problema. Debemos soltar.
Para evitar la tormenta, se vino el prudente viajero con anticipación, que no es amigo de conducir de noche con aguaceros. Los mismos que le gustan al jardinero. A veces no me pongo de acuerdo ni conmigo. Un besazo.
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Ese es un mal de los genios… cada una de sus facetas les tira a uno u otro destino… sin ponerse de acuerdo.
Abrazote querido Carlos.
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