Vivir en este rincón del mundo es algo muy… especial. Cualquier cosa que hayan oído al respecto quizás se acerca, pero en vivo la potencia se eleva.
En estos días me tocó hacer un trámite, de esos normales ahora, de los que hacen las personas que tienes su esperanza cifrada en salir de nuestras fronteras. Aunque el trámite no llevaba documentación mía, me correspondía a mi hacerlo, así que fui.

Muy de mañana hay que estar para ubicarse en la fila que toque. Todo el mundo allí, con la resignación del que no tiene otra opción que someterse.
Antes de las siete de la mañana todos ahí, intercambiando vivencias , motivos por los cuales salir del país tricolor, anécdotas y experiencias que cuentan a nombre de un «vecino, amigo o conocido» que ya se fue y le va de una manera u otra.
Todos saben cual será su destino, y sus esperanzas están cifradas en otras fronteras, y mientras los minutos avanzan en medio de una calle diseñada para las carretas del tiempo de la colonia, un río de aguas negras es pisado por los carros que pasan al filo de quien está haciendo la cola.
Debes estar dispuesto a estar pegado de alguien más, de compartir una sombrilla por el sol tan fuerte que luego de las 7:00 am está llenándolo todo.

Las historias son incontables, tanto por la cantidad así como por lo particular de cada uno. Hay quien tiene meses de «reposo» y solo están haciendo el trámite para irse con el argumento de que «no pueden reclamarle nada, por el miserable sueldo que devengan»; hay quien tiene permiso para estar allí, porque su jefe sabe que no puede más y que el sueldo no le alcanza.
Y así, un sin número de razones bien o mal argumentarás, justifican este éxodo gigantescos del cual no de ha salvado ni una familia venezolana. Lo cierto es que todo el mundo apostilla y legaliza porque quieren salir de aquí.
En medio de eso, el caos impera, el agua negra que hace saltar cada vez que un vehículo transita alrededor del registro, se une al que se acerca cuando ya el sol comienza a pegar duro y propone lo siguiente:
—Tengo un puesto allá adelante, si está interesado nos podemos «arreglar» (y ya todo el mundo sabe qué hay dinero de por medio).
También está la que con diligencia te ofrece las hojas para los trámites, y hay muchos que quedan (como yo) preguntando:
— ¿Para qué son esas hojas en blanco?
Y como única y clara respuesta recibes al estilo de aeromoza del último vuelo:
—Cada documento para apostilla debe llevar dos hojas en blanco, sino, no te hacen el trámite. ¿las trajiste? (¡Por supuesto que no!) entonces debes pagar tanto por cada una.
Es decir, el mayor trámite se hace en plena calle. Cuando pasas a las instalaciones en apenas dos o tres minutos entregas documentos o retiras… el caos es lo previo

Lo peor de todo esto, es que es lo cotidiano. El caos se presenta en su peor versión y luego de dar una función patética, obtiene el aplauso de todo aquí que le ve.
Cuando el caos es lo cotidiano, tenemos un acta de defunción que experimentamos diariamente.
*******
De todo este episodio rescato algo bueno. Un funcionario del registro, que no dejándose llevar por la indolencia organiza la cola y la traslada a otra acera cuando el sol es demasiado fuerte para quien espera afuera y lleva horas de pie.
Ese mismo personaje con voz amable hace entrega de las plantillas y la retira para luego poder entrar a retirar los documentos, respeta la necesidad de quien está embarazada o lleva niños pequeños adelantando su entrada al recinto oficial.
Ese también está mal pagado, debe enfrentar muchos problemas a diario, pero está ahí, con su mejor cara y disposición. No podía dejar de mencionarlo, porque él, me reconcilió con la vida, en medio del caos.
Es entonces cuando pienso, que aún en el caos y cuando todo parece haberse ido al… «rincón» hay esperanza de que algo bueno puede pasar. ¡Yo se que si!