
Cuando la injusticia gobierna, la protesta de vuelve lo cotidiano.
Venezuela. Por años de sufrimiento más bien silencioso y resignado hemos sido testigos de cantidad ilimitada de cosas que están fuera de lugar, para cualquier ciudadano del mundo. Lo que ha quitado dignidad a nuestra vida cotidiana, ante la mirada indolente de quienes. nos gobiernan y el silencio cómplice de quienes deberían darnos seguridad.
La vida cotidiana del venezolano se convirtió en un rosario de imposibles
✖️Se nos hizo imposible la compra de alimentos. Primero por escasez y luego por falta de capacidad de pagar dichos productos.
✖️Se nos hizo imposible el suministro de medicinas hasta para la gripe más tonta o los parásitos más inofensivos.
✖️Se nos hizo imposible transitar por las calles, libres del miedo. Ya que la delincuencia desatada sin ninguna restricción y cuerpos de seguridad que dan miedo,por su practicas también delictivas , nos convirtieron en presos de la inseguridad.
✖️Se nos hizo imposible el mantenimiento de los vehículos, porque cualquier repuesto vale lo que costaba una flota de autos nuevos, años atrás. Y la alternativa del transporte público de remonta a vehículos usados para transportar animales o materiales de construcción, más no humanos.
✖️Se nos hizo imposible abrazar a quienes amamos. Y ese quizás es uno de los peores daños sufridos en todo esto. El éxodo obligado de miembros de casi todas las familias en nuestro territorio, nos enluto de una tristeza que cuesta dejarla a un lado.
Los imposibles fueron sumando cada vez, restando el carácter alegre y jovial, de los habitantes de esta tierra de gracia, que por tradición acuñó con brazos abiertos , a más de uno que llegó con la intención de hacer una vida agradable dentro de las paredes de nuestra amada Venezuela,m; y por tiempos memorables eso fue posible.
Por mucho tiempo hemos visto con real tristeza, el marchitar de la alegría típica del venezolano, quien ha sido desgastado en largas colas, en cuerpos cansados y mal alimentados y en la decepción que da cuando el amedrentamiento y la desesperanza ocupan el lugar distintivo que una vez nos denominó «Bravo Pueblo«.
Pero llegó el momento de decir ¡BASTA!

Por muy equivocada que pueda ser la decisión de un pueblo al escoger a un gobernante, eso no le ata a padecer de ese mal para siempre.
Cuando algo no nos hace bien, se vuelve tóxico; llámese relación afectiva, de trabajo o hasta con quienes detentan el gobierno. En un escenario así, nadie prospera. Ni aún esos que teniendo los bolsillos llenos de corruptelas, tienen la vida llena de dinero, pero a la vez, la más miserable de cualquier ser sobre esta tierra. Esa misma vida que es maldecida por muchos dentro de unos límites que nos contienen a todos.

En algún momento «la gota cae en la roca y le abre el hueco».
Bajo el riesgo de lo que significa protestar en este, en el que anteriormente teníamos el derecho de hacerlo y ahora es catalogado como un «delito»; muchos dijimos: presente a la hora de expresar públicamente en primer lugar para los propios venezolanos y de complemento para el resto del mundo que nos ve, un profundo desacuerdo en la forma de hacer las cosas.

Las banderas tricolores, junto a banderas de países que nos han respaldados como hermanos, ondearon con el viento dándonos ese ambiente de libertad que tanto necesitamos.
Es a penas el comienzo y quien piense que esto es sencillo, es un iluso… pero me queda una lección contundente de todo esto
Cuando algo nos hace mal en lo personal o más aún en lo colectivo, hay que buscarle salida rápido.
Con los mecanismos que existan, con las decisiones que hayan de ser tomadas, no debemos dejar que el tiempo, nuestro activo más valioso, sea consumido haciendo malabares en ambientes, escenarios o circunstancias tan desagradables que atenten con nuestra salud física y emocional.
El bravo pueblo debe aprender (y yo como parte de este) que poner correctivos a tiempo, nos evita que luego se utilicen medidas extremas y peligrosas para acabar con los males.
Como quiere que sea, el bravo pueblo también ha demostrado que aunque se pueda tener mucha rabia, existe el suficiente sentido colectivo de conciencia , como para hacer las cosas pacíficamente.

La libertad se conquista con convicción, determinación y ganas y no desde la cómoda poltrona de la costumbre y la queja.
Expresar que lo que está mal, está mal, es un derecho que no debemos resignarnos a perder. Eso aplica para cualquier ámbito de nuestra vida.
En lo sucesivo, lo cotidiano será darle «Gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó, la ley respetando la virtud y honor» y nuestra oración también cotidiana será la de decir «Abajo Cadenas!»

Que nunca nadie nos calle como nación, y en el mundo particular que representa cada persona en cualquier parte donde nos desenvolvamos, que tampoco nadie evite que expresemos lo que sentimos. Amén!
Entonces como país estaremos dando señales de esperanza y como personas estaremos confirmando que estamos vivos.