Tan cierto como que a veces empezamos a hacer huevos fritos (enteros)
Y decidimos cambiar en tan solo segundos, terminando en huevos revueltos.
Así también a veces nos ocurre en la vida. Venimos con algo en mente y creemos que eso es lo que queremos, pero al estar ya en la situación u oportunidad, resolvemos que no es exactamente lo que queríamos y decidimos transformarlo, para no decir “cambiarlo”.
El cambio puede resultar condenable por los que solamente levantan la ceja y apuntan con su dedo para “satanizar” de alguna manera, que ya no queramos más algo o hasta a alguien.
Es tan sencillo, pero no quiere decir que sea fácil de enfrentar (sobretodo con la rigidez que nosotros mismos podemos tener) que podemos cambiar de parecer y que insistir en que no es así, es obviar que nos estamos engañando.
Los cambios llegan, y a veces ocurren sin que los podamos programar con exactitud. Manejarlo con flexibilidad puede permitir reconocer realmente lo que queremos. Como en lo cotidiano, ¿porque limitarnos y quedarnos sin cambiar eso que ya no no queremos o apetece?
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