
Hay días que vienen a nuestra ventana y nos llaman, y casi con su mano nos arrastran.
Quizás nosotros estamos viéndole pero tememos que el día por completo llegue y se acabe.
—Vamos que solo son horas -dice. Date prisa que no hay tiempo para perder.
Mientras quizás solo estamos haciéndonos conscientes de este nuestro hoy, en el que respiramos.

Entonces decidimos saludarle en modo formal, pero aún en nuestros ojos la nitidez, no se consigue.
Y las nubes juegan a pintar formas en el azul, a separarse dando sensación de movimiento; entonces comprobamos que los únicos empeñados en permanecer estáticos, somos nosotros.

La mañana comienza y son variados los colores. Este día de Noviembre sonríe como diciendo: —Es un día de los pares, de los que te gustan y además tiene un «ocho», ¿que más puedes pedir?
Ayer en la despedida todo era gris y hoy el cielo ha limpiado su apariencia, mostrando tonos envidiables para cualquier pintor experto.
—¿Qué más puedo pedir? -pienso.
El corazón no contesta, solo calla y observa, llenándose de lo que ve, sabiendo cómo late lentamente… el sentimiento.

El sol no tiene ninguna prisa, con su antesala basta para que la luz vaya entrando y los colores tomen sus vestidos más bonitos.
—Que no puedes perdértelo, insiste. Porque luego ya llegan los agites y no nos vemos.
Sonrío y agradezco, porque a veces nos afanamos tanto con el envoltorio del regalo, que olvidamos por completo lo que hay dentro.

Como si en un éxtasis del pincel, los colores adquirieran matices impensables, el cielo una vez más vuelve a ser el lienzo reciclable, donde puede estrenarse cada día, una inspiración nueva.
—Por eso quería que estuvieras y lo vieras. Y este día de Noviembre entonces da pasos lentamente ante mis ojos.
—Nos cegamos a veces por cualquier brillo, y pasamos por alto lo que en verdad resplandece. Estiro mis brazos lo más que puedo, y siento que puedo tocarlo.

Mientras, las nubes continúan con su movimiento, haciendo formas y difuminándose sin poder estar quietas.
Ya los ruidos del día aparecieron, los pies que corren tras los compromisos van andando, el tráfico despierta y también hay cornetas.
El día y yo mantenemos el silencio (como lejos de todo).

Un rastro se muestra en el cielo infinito, mínimo, ante tanta grandeza.
Como un pequeño paso que deja una huella, en el camino enorme de la vida.
—Quizás ya no te vea, digo con nostalgia anticipada.
—Donde vayas yo iré, aún con otra apariencia. Su respuesta me calma de algún modo.

Y ver lo natural con lo hecho por el hombre, contrasta lo posible con lo que no se puede; el alcance de lo inalcanzable, la bondad aún existente en un mundo de fríos.
—Nada es obvio ni casual, me dice.
—Ya lo entiendo y por eso no me opongo. Mis pensamientos siguen mientras el día va cambiando ante mis ojos.
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Hay conversaciones que son necesarias tenerlas, aunque quizás pocos la entiendan. Lo obvio casi nunca tiene sentido o acierto. Los silencios no son solo desinterés mudo.
Hay personas a las cuales nos acercaremos sin reparo y en algún momento hay que poner distancia, quizás por seguridad de nosotros mismos y quizás el egoísmo temporal, consiga argumento.
Hay momentos en los que no sabemos con exactitud ¿que hacer? y cerrar los ojos no es opción, porque la realidad está galopando por delante. Entonces toca salir a comprobar y ver ¿cuál es nuestro papel? Y decidir con que nos quedamos o dejamos de un lado definitivamente.
Hay palabras que se nos amontonan en el ser, y dejarlas ahí produce estancamiento, dejadez y hasta dolor; por tanto es mejor dejarlas libres y que floten en el aire si es que para quién estaban dirigidas, no existe.
Hay cosas que no podemos explicar y las sentimos, mucho más de lo que nosotros mismos quisiéramos o alcanzamos a entender; y toca aprender a vivir con ello, hasta que un día te descubres sin sentir y con un gran vacío.
Hay historias que nunca van a ocurrir, entonces sería bueno nunca, pero nunca llegar a pensarlas.
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Noviembre entre los que dices y me enseñas y entre lo que yo pienso, siento y digo.
Noviembre 28, 6:50 am