
La muerte es implacable, no se me ocurre otro adjetivo con que definirla.
Sus fauces rugen a lo largo de nuestra vida, y a veces creemos que la burlamos, pero ella solo sonríe cínicamente, consulta su agenda y piensa: —Todavía no me apetece que vengas conmigo, sólo paseo en tu entorno para que me tengas presente.
Implacable, ineludible, inesperada, pero con la mayor de las certezas de que en cualquier espacio de nuestra vida aparecerá.
Frente a ella no hay estado de salud que valga, sus formas de manifestarse son de las más versátiles y variopintas; no importa la edad, puede aceptar en su estadística a cualquier bebé o anciano, sin hacer distingo.
No se deja intimidar por las fiestas. El evento más alegre y digno de admiración, no hace desaparecer el lugar del funeral, el luto y el llanto que acompaña a todos aquellos que le reciben, por invitación, o por llegada forzosa de su parte.
La muerte es la máxima compañía desde el momento de nuestro nacimiento; la sentencia tácita que trae nuestro ser como un producto colocado en el estante de la vida, que viene con su fecha de caducidad en letritas pequeña que aprendemos a olvidar, como si eso rebajara nuestra consciencia de la temporalidad que nos toca.
Usa cualquier medio para manifestarse, desde grandes explosiones, hechos asombrosos en la propia naturaleza y hasta virus microscópicos que no podemos ni siquiera ver, pero cuando se cuelan en nuestro cuerpo, pone el espejo de su rostro frente a nosotros y los respiradores artificiales, lo confirman.
Se pasea en nuestras calles (las de todo el mundo) y no siente frío. El hambre no le ataca, sólo da pasos en medio de multitudes hoy recogidas, por miedo precisamente a ella misma. Acepta que se le llame por cualquier nombre… accidente, desgracia, infortunio, alivio. No le afecta que se le maldiga, y unos ni siquiera se atrevan a nombrarla como si no decirla, le aleja más de sus vidas.
La muerte, esa implacable es la muestra más fehaciente de que no está en nuestras manos el control, que no tenemos poder para diferirla, aunque muchos aún hoy, en medio de un alardeo absurdo, digan que si: cuando ni vacunas, ni protocolos, han impedido que se vaya, quien fue escogido para Morir. Es un recordatorio fatal, que no tenemos la capacidad de “auto ayudarnos “, porque ayuda sugiere que alguien más viene en nuestro auxilio, entonces pareciera que ambas palabras son excluyentes una de la otra.
Su alcance es tal que no duda en hacer que uno solo muera, pero también podrían ser miles, cientos y hasta millones. En su ajedrez, nada la restringe en el tablero, le da igual que sea peón o rey, su misión se cumple sobre ellos, sin oportunidad de escape.
Y nos aferramos a la vida, mientras ella, la muerte, implacable camina hacia nosotros, nos mira sin esquivos, sin que podamos hacer nada para sacarla del carril de nuestro propio tren.
A pesar de que es inevitable, hay quien tiene esperanza luego de su trance; otros tienen el orgullo de decir que nos les importa, aunque en el fondo mueren doblemente por el miedo.
➰
La implacable, es su característica preferida,
no entiende de razones o argumentos,
no perdona al “indispensable”.
Le da igual el hombre abnegado de familia,
que el ausente que nunca se preocupó por sus hijos.
Viene por el que descubrió los más grandes hallazgos científicos,
y por el que nunca tuvo contacto con la escuela.
La que parió muchas veces y la estéril, comparten el mismo camino,
cuando se trata de irse de este mundo.
El que vive la vida entre risas y placeres,
con elogios que no faltan; títulos en las paredes y reconocimientos múltiples,
se encuentra igualmente en el cementerio
o cualquier otro escenario de ella,
tanto como el que no destacó en nada.
Ella mata, pero sus ejecutores son los mismos humanos.
Esa palabra que hirió hasta dentro,
Esa relación de la cual no pudiste zafarte
Esos “nuncas y jamases”, en que se convirtieron los días de la impotencia,
El vacío ese, que no consiguió ser llenado
La sonrisa ausente,
El dolor sangrante,
La vida rota, sin derecho a restaurarse.
A veces somos solo proclamadores de ella,
cuando nuestro interés es el que priva,
que nuestro pequeño castillo de naipes no se derrumbe,
y el egoísmo sólo se exhibe en nuestro modo de hacer las cosas.
Protegemos quienes somos,
la reputación, el que dirán, no porque nadie nos importe,
sino para creer que no tenemos cara de muerte,
cuando en verdad su olor está en nuestros propios huesos.
Llamamos a la vida, y empuñamos la espada del desprecio,
matamos a alguien que ignoramos,
ahogamos a otro que sentía,
lapidamos a ese que piensa distinto,
y jugamos a “desaparecer” todo aquello que estorba.➰
➰La muerte, es implacable... pero nosotros, a veces simplemente somos sus verdugos➰
Lo dijo Benedetti, Awilda: «Después de todo la muerte es solo un síntoma de que hubo vida».
Un abrazo lejano.
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Así es querido Enrique… nuestra compañera de la vida.
Espero estés bien. Un abrazote.
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