
Decir adiós, es como saber que aunque tengas sed, nunca más vas a probar del líquido que te saciaba, o al menos eso creías. Se volverá medio vacío el vaso, que jamás estuvo lleno, pero que te empeñabas en ver con alguna porción que satisfacía, aunque fuera una simple gota que se secara en el camino.
Decir adiós, no es sólo batir la mano en señal de despedida, es más mover al corazón hacia el camino del olvido. Quizás muchas veces lo intentaste con fracasos, pero llegas al momento en que el propio adiós se presenta como la única opción viable para tu estabilidad, auto cuidado y hasta supervivencia. Lo tóxico, lo que hace daño, trae en sí mismo el regalo del adiós, basta que te atrevas a desempacar ese presente, te apropies de él y lo disfrutes.
Decir adiós duele… innegablemente, pero es que se dice adiós, sólo a aquello a lo que se le dio bienvenida y entonces pasó a formar parte de tu vida. Lo que no importa, simplemente entra y sale sin pena, ni gloria. Si no te duele decir adiós, es que en realidad no hubo nada por lo cual quedarse, por tanto aunque quizás pasaron años, no estabas. Duele, porque hay una herida terrible, unas preguntas cuyas respuestas perforan el sentimiento un vacío que ya lo abarca todo. Pero es menos doloroso decir adiós, que quedarse en la nada.
Decir adiós, puede ser terapéutico, te da el espacio para encontrarte contigo, con ese ser que quizás perdiste por estar a la sombra de alguien más, creyendo que ahí estaba la felicidad, la validación y tu propia estima. ¡Y al fin te das cuenta de que no es así! Por otro lado, hay adioses que se imponen y no opera la voluntad de ninguno en ellos, allí sólo podemos ser consolados por el tiempo vivido o disfrutando juntos; toca aprender a vivir nuevamente, en otro escenario, y asumirse a sí mismo, como la compañía inevitable.
Decir adiós, es necesario cuando estás haciendo algo que no te gusta, que no se parece a lo que eres y mucho menos a lo que quieres. Ahí, el dinero que consigues no es suficiente y puede asustar lo que traiga el quedarse “en el aire “ pero ese trabajo que no te llena, es solamente una tortura lenta, de cuyo verdugo recibes un salario. El tiempo invertido en ese desastre, no tiene precio y además es irreversible; por tanto valora tu vida, tu tiempo y no te marchites en medio de una actividad que no te permite crecer como ser humano o que degrada Justo en lo que has logrado acumular como parte de tu vida integral, con mucho esfuerzo.
Decir adiós es un riesgo; riesgo de que salga bien o salga mal. De que el arrepentimiento llegue, aún cuando no lo quieras y temas haber perdido hasta aquello que te hacía daño. Pero quién no asume riesgos no podrá escribir una historia, y se conformará con leer la de los otros. Ten valor y toma tu propio boli para escribir la tuya, no te sigas conformando con vivir a medias por no decir adiós y el temor que eso te impone. Salir o dejar ir, a veces es la única muestra de amor que puedes darle a una etapa, una persona o a ti mismo.
Ánimo que si se puede decir adiós, te lo cuenta alguien a quien nunca le han gustado las despedidas… pero es peor permanecer en compañía de lo que no es, de lo absurdo, de lo que inevitablemente te roba lo que eres.
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Decirte adiós es lo que tengo,
para mantenerme viva,
para dejar de ser una sombra
que te acompaña sin condición
Aún sintiéndome sola.
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Y el adiós es bueno, porque nos separa,
más que tú, cuando me olvidabas,
más definitivo que yo,
cuando sentía tu desprecio
Por eso este es el mejor momento, para decir adiós.
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Quizás ni lo notes, como siempte
pero si alguna vez lo sientes,
ya habrá sucedido, el adiós es inminente
Para quién ha estado ausente, es normal, para mi es solo definitivo.
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Decirte adiós desde el alma,
es reírme del dolor que me causas,
dejar atrás las cicatriz de tu herida
olvidarme de una vez, de tu bombre
y no sentirte ya más dueño de mis insomnios.
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No recordarte, no pensarte,
no esperar que algún día aparezcas,
es la mejor manera de decirte adiós,
aunque las dudas a veces me griten que, no se si pueda.