Hipócritas… abundancia de la mentira 🎭

El disfraz de la hipocresía, nos cubre a todos. Vivimos en un mundo donde abundan las palabras de inclusión, empatia y empoderamiento, pero nuestras acciones están lejos de ello.

Se reparten «te amo’s y te quiero ‘s» con una intención tan común como la del que comunica que es de buena educación  saludar con un «buenos dias».  Y entonces es solo una muletilla que camufla muchas veces un desinterés real, total.

Oficios que están vacíos, pero que siguen adornando la «marquesina» o letrero que aún no empeñamos en acuñar en nuestros escritorios o mesas de trabajo, donde se recoge en pocas letras lo que una vez hicimos o fuimos y quizás ya no. Economista,  Abogado, Escritor,  Ejecutivo, esposo, amigo, consejero, amante. Nos aferramos a lo que ya pasó  o simplemente hacíamos sin que nos apasionara… pero suena bien acariciar los reconocimientos pasados, al menos para no parecer ante otros (hipocresia) como si no déjamos nada en el camino transitado.

Y viene el tiempo de las tumbas, empujado por una pandemia que no se entiende o porque simplemente el reloj de una vida se detuvo en su momento justo. Entonces de nada vale todo aquello que no se comunicó. Las llamadas de una hora en las cuales no se decía nada, solo hechas para hablar de si mismo y condenar a otros a escuchar nuestro propio monólogo gastado, disfrazado de interés en el que atendía la llamada, ya no existe más.

Hijos dando miles palabras de amor, a través de un teléfono,  solapando el no estar dispuestos a mirar a los ojos, abrazar y contener a un anciano que en sus últimos años necesita más de compañía y atención que de palabras y quizás de algunos objetos caros. El manto hipócrita cubre la vida, para luego ser corrido cuando ante un féretro toca hacer un teatro mayor de gritos y lamentos, por no aprovechar el tiempo y entregarse un poquito, mientras hubo tiempo. Es más fácil llorar ante una tumba que disponerse a escuchar una historia repetida de alguien a quien  los recuerdos y la vida se le escapa.

Abunda la mentira, sutilmente disfrazada de hipocresía (esta es más elegante). Miles de redes que prometen acercar a las personas, llenar sus soledades y compartir lo que es cada uno. Mentira. Las fotos son escogidas  mayormente con filtros y retoques; el día a día ideal mostrado no es real. Esa persona no es la que está cuando una emergencia física o emocional te atrapa.

Parejas que se miran a los ojos, pero que no se ven. Cada cual muy acomodado, sin que sus pensamientos salgan a la luz. Buenos en todo: buenos padres, buenos esposos,  buenos abuelos, buenos amigos. Quizás escondidos en grandes espacios vacíos para no toparse uno con el otro, porque la verdad puede doler. Es más fácil estar bien de mentira, que ponerse a urgar en un dolor que no ha sido tratado desde hace años, pero maquillado puede verse hasta bien.

Todos pincelados con trazos de hipocresía, esa que nadie nos enseña a cultivar; la misma que alimenta nuestras inseguridades y necesidad de conseguir aceptación. Esa misma que nos viste de lo que no somos, para luego mirarnos al espejo y decir: —¡Nos gusta! Aunque ni nosotros mismos nos lo creamos.


¿Quien soy? Me pregunto
Como quien quiere descubrir el abismo,
Coronar la cima para darme cuenta entonces
De la pequeñez frente al cielo.

¿Qué de la sonrisa ficticia?
Que te gusta, pero que yo no siento
Y con ella
nos vemos bien y los aplausos llegan.

¿Y de los abrazos mentirosos que no existen?
Solo dejan frío,
aunque tengan muchas capas
que lo cubran.