Hay días que nos empeñamos en verles de lejos…
Como que si ocultarnos de él, funcionara y no asomarnos a verle solucionara las angustias.
Por supuesto que no es así, y el se encarga de hacérnoslo saber,
Abrimos nuestros ojos entonces, y entendemos que lo bello no deja de serlo nunca, aunque se opaquen nuestras pupilas.
Y así se pasea ante nosotros y logra rozarnos la admiración diaria, esa que hace que tengamos un lugar en el corazón, para él.
Despliega su horizonte y nos envuelve; es sencillo quedarse ahí para encontrarle.
Las razones que nublaban nuestros ojos, se marchan y vamos comprendiendo en verdad que nunca existieron.
Y retomamos los pasos como quien estuvo ausente por un momento se la ruta hacia el tesoro escondido.
Ese mismo que nosotros alguna ve enterramos, y por eso somos los únicos que sabemos el cambio.
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Hay de esos días y de muchos otros, en los que la noche se hizo eterna, por no dejarnos soltarla, pero tampoco regalarnos del descanso propio de ella.
De esos en los que el telón de nuestros ojos quiere negarse a su nueva función de contemplarlo todo y encontrar la vida en medio de ello.
Días en que es más fácil, pero no mejor, apagar los sonidos que perciben nuestros oídos para no atormentar el alma con buenos cantos, pero eso incluye también dar la espalda a melodías que cuentan historias propias de la vida.
De los mucho otros, hay para recordar, postear y alardear siempre. Esos en que todo va a tiempo, del color que queremos y en los que se interpretan bien las palabras que dijimos, así fueran dichas a medias. Esos, esos no necesitan mucha explicación, esos son los que nos gusta mostrar, aunque en realidad duren muy poco o realmente ni existan.
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Noviembre, este es el día que me enseñas, o mejor dicho que dejo que me muestres, no evadiendo ya la mirada.
Noviembre 15, 11:35 am