
El aprendizaje es un tremendo proceso que nos ocurre desde el mismo momento en que nacemos.
Al llegar al cole, los maestros se encargan de compartirnos información que nos servirá en algún momento para las profesiones que decidamos tener en el futuro, o al menos esa es la justificación más usada por el modelo de educación tradicional.
Pero en la medida que vamos creciendo, conocemos a nuestros verdaderos «Maestros» aquellos que con con las alegrías, heridas y dolores que nos causan, nos marcan a veces de una forma indeleble.
Maestros como aquellos que nos hacen tocar el cielo y podemos ver el dolor en otra perspectiva; pero que luego nos dejan caer y aprendemos que solo fuimos «circunstancias» y como tales, ellos no se quedan para siempre.
Maestros como esos que te sacaron sonrisas de donde no las había, y te las creíste; pero luego te hicieron llorar a cántaros, entonces aprendemos que la sonrisa no depende de otro humano, sino de lo que se mueve dentro de nosotros mismos.
Maestros de los más fuertes, de los que te hicieron sentir que ibas con ellos en el camino, que sus pasos y los tuyos iban al mismo lugar, para luego descubrir que caminabas solo desde el principio; entonces aprendemos que el camino no deja de serlo, porque hayan decidido abandonarte.
Maestros que te invitaron a la fiesta, te pusiste el mejor vestido e ibas con la mayor de las ilusiones, y cuando llegaste, ese, el Maestro bailaba con otra(o) y se iba juntos; lo que permitió aprender que la música suena para nosotros aunque no hay quien quiera sacarnos a bailar.
Maestros que van a nuestro lado, reconstruidos, y verles nos da ánimo para recoger nuestros pedazos y hacer lo mismo; aprendemos con ellos que las caídas y maltratos compartidos, a veces duelen menos.
Maestros tan increíbles como aquellos que vienen a nosotros a pedirnos consejo, ánimo y guía, cuando nos sentíamos que no podíamos hacer nada ni siquiera por nosotros mismos; entonces aprendimos que éramos más fuerte de lo que pensábamos y que pesar de que un Maestro previo se llevó las ganas, todavía queda mucho que podemos aportar a otros.
Maestros que nos enseñaron a sonreír de verdad, sinceramente, luego de verles a ellos ser la mentira más evidente, a través de selfies y fotos de alegría, que solo eran el marco del gran vacío que les sustentaba; entonces aprendimos a no sonreír para las fotos, sino por los motivos que tenemos.
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Maestros, esos… que nos enseñan materias en la escuela o el instituto, que recordaremos con gratitud académica; y maestros esos… que nunca olvidaremos porque sus actitudes, palabras y acciones nos hicieron comprender que podemos equivocarnos al depositar nuestros sentimientos en alguien, pero que a la vez nos dejaron las lecciones más claras de la vida.
Para ambos Maestros, gracias!