Los mil trajes … septiembre corre! 👗 👔 👕

Septiembre el «variopinto».

Por supuesto que sabía que salía de azul y rosa con todo desparpajo, sin temer a quedarse desnudo en el camino para luego volverse a vestir.

Pero… ¡Septiembre! ¿que has hecho? Que me vuelves loca y me pones a correr.

Que de los suaves colores de la mañana, nada.

—Yo te lo dije, yo te lo dije. Que no espero quedarme vestido con el mismo traje todo el día ¡Prefiero desnudarme! Y algo caerá luego de seguro.

Se lo escuché decir a Septiembre, pero como todo se volvió azul, no le «paré» mucho.

A la una de la tarde hacía un día tan añil, que solo disfrutaba de ver las formas alrededor y arriba.

Toca subir escalón tras escalón, porque luego del temblor de ayer, los ascensores aún están de paro.

Una de la tarde y el esplendor de la luz y el azul, adornado los vestidos de Septiembre.

Empezar a subir, se convierte en una agradable aventura..

Es como acercarse al cielo, saludar y esperar que te responda. Y mientras cada escalón sonreía y cada piso me acercaba más a lo que decía, yo subía.

Un poco más…

Hasta sentir, que casi le tocaba.

Y Septiembre observándome callaba, sabia que yo no podía dar por sentado, nada. Ni aún por el mayor azul que en ese momento viera.

Apenas dos horas después una cortina gris, cual telón de teatro una vez acabada la función, se desplegó. Y a las tres de la tarde de este mismo día, todo quedó a oscuras.

Llovió tanto y tan duro que no podía verse nada.

—Decidiste quitarte la ropa, dije.

—Claro, tocaba la hora de cambio y me salió así, quise hacerlo de una vez.

—Y para no quedar en cueros, hiciste venir todo este manto gris… que no deja ver nada ¿no?

—Exacto. Ya a esta décima vez de estarme viendo, me vas comprendiendo.

Llovió tan fuerte como el temblor de ayer. Todo ha sido intenso.

Necesitaba como drenar su emoción, para luego volver a las sutilezas de las horas de la mañana.

La lluvia cesó, y el quedó tendido en el lecho del cielo, como exhausto después de un momento épico de pasión.

Entonces busco ropajes suaves, de seda, volvió a cubrirse y plácidamente respira, soñando quizás con el mismo amor, que le alboroto, al punto de lloverse a cántaros y ahora le permite simplemente descansar en los recuerdos.

Septiembre, tú el de los cambios de traje, el emocional y arbitrario.

Y que ahora quieres que olvide todas las carreras, con tu traje de despedida, del día.

—No pasa nada, tranquila. Mientras siento que respira poco a poco.

Yo solo, le contemplo… como a ti, Cielo.

En modo cuento… historia 1 – Adiós

Aquella tarde quedaron, ella se arregló con especial atención. Imaginaba que luego de la ausencia de esos días, le miraría a los ojos y le diría cuánto le echaba de menos. Su corazón latía fuerte de solo pensar en verle, luego de ocho interminables días en los que él había estado ausente casi por completo.

La tarde estaba bonita, el café era el de de muchas veces, pero al parecer ellos no eran los mismos. Habían caminado algún tiempo juntos, quizás más del tiempo previsto para él, que para ella, porque habían escenarios muy distintos en sus mentes y no llegaron a aclararlos hasta ese día.

Ella llegó temprano, ansiosa de verle, algo más arreglada que de costumbre, con un temblor inexplicable en sus manos, pero se consolaba así misma diciendo que era el frío, aunque todavía el sol alumbraba la tarde. Mil excusas pasaban por su mente, buscando la tranquilidad que no tenía, imaginando las cosas que le diría a fin de que la ausencia de los días previos no se prologara por mas tiempo.

Le miro entrar y sonrió, al fin se juntaban nuevamente y eso le llenaba el corazón, o al menos ella quería pensarlo así, pero el vacío estaba ahí, aunque pretendiera esconderlo. Él se aproximó, puso su mano en el hombro de ella y luego su dedo tocó parte de su mejilla; quiso que se dibujara una sonrisa en su rostro, pero no lo consiguió, o al menos no hizo el esfuerzo para que así fuera.

Los ojos de ella brillaban, los de él estaban fijos en el servilletero de la mesa.

—Tenía muchas ganas de verte, dijo ella.

El siguió en silencio, solo miraba al vacío. Era como si estuviera allí, sin estarlo, pero ella en su monólogo interior no quería verlo. Empezó a hablar de lo que había hecho esos días, aunque se lo había contado por mensaje que él no contestó en la mayoría de los casos; el único mensaje que recibió de su parte en las últimas semanas fue el de «necesitamos conversar, es importante».

Muchas palabras empezaron a salir de parte de ella, los minutos se hicieron largos e interminables, porque no paraba a de hablar, de expresar un sentimiento que ya parecía obsoleto, que no tenía convocatoria entre ambos. El ausente de ella, ella ausente de la realidad que ya tenían.

El extendió su mano sobre la mesa y ella hizo lo mismo para asir la suya, ahí se dio cuenta que en su dedo anular había una alianza. Su dedo índice llegó a tocarla y entonces sus miradas se encontraron.

—¿Sabes que eres mi vida, lo sabes verdad? Y a eso le siguieron palabras desencajadas, culpas y reproches que había guardado por todo el tiempo que estuvieron juntos, o al menos eso era lo que creía en su mente, que estaban en una relación con un sentimiento común, pero ahora una vez más se hacía presente el error, pero aún así, no aceptó la realidad que le golpeaba a la cara.

—¡No te quedes callado, dime algo! Y ya el tono iba subiendo subiendo al punto de transformarse en grito. Tienes que explicarme ¿qué es esto? ¿Qué significa ese anillo en tu dedo? ¿Tú dijiste que estarías conmigo te acuerdas? Bueno si, rompimos hace un año o más, pero tú te quedaste conmigo, porque eres mío. Y a eso le siguieron contradicciones, reproches, palabras cada vez más desencajadas, insultos y cosas que en su mente ella había hecho por él (que no eran ciertas) y que a su juicio, le daban el pleno derecho a que no le dejara.

El quiso consolarla de algún modo, pero no se atrevía a tocarla, sabía por experiencias previas como eran sus estados de ánimo desmedidos y extremos; conocía de cerca su manipulación y ganas de controlarlo todo y le costaba entender porque ella no aceptaba que se había terminado. Eso sucedió hace más de dos años, el fue claro en no continuar en un relación que no era tal, sino confusión de parte de ella. Se lo aclaró más de una vez y ella se negó a asumirlo; con buenos modales y estimándola de algún modo como amiga no le retiro el trato de un todo, pero su corazón estaba con alguien más y había conseguido formalizar su relación y casarse.

—¡Eres un cobarde, sin mi no te ira bien y luego volverás como siempre a pedirme que esté contigo! Eran las mismas palabras agresivas que le había dicho cuando él le dejó dejo en claro que no tenían nada, y que ni siquiera había lugar para una ruptura. Recordó los meses siguientes en los que ella se echó a morir literalmente, y por eso volvió y se acercó con el objeto de que estuviera bien, que acabara la confusión y pasara la página. Pensó que era así, pero ahora comprobaba que no. Pudo volver a explicar lo que no ocurría entre ellos, insistir por millonésima vez que ella había estado confundiendo su amistad con otra cosa, disculparse una y mil veces por causarle un dolor que solo ella se inventaba; tuvo muchas cosas para decir, él escogió una sola palabra… ¡adiós!

Se levantó de la mesa y escribió en su camino, la palabra despedida. Ahora tenía su amor por quien luchar, con quien disfrutar la vida, y los reproches y la culpa de alguien que se había empeñado en permanecer en el error, no se lo iban a impedir. No, ahora ya no.

✋🏽

#EnModoCuento

PD: Hay relaciones que se vuelven perniciosas y peligrosas a las qué hay que ponerles fin, antes de que conviertan nuestra vida en el escenario de locuras desmedidas. Si el otro no quiere escuchar nuestro mensaje, es tiempo de decirlo desde la mucha distancia.

Relato… correr por el miedo 😳 💀🌫

El respiraba muy agitado, la sensación de que le perseguían cada vez era más fuerte. No estaba a gusto en ningún lado, no sentía seguro, estaba convencido que venían a por él, y le harían daño.

Tomó su bote y se fue al lago. «Aquí el enemigo que me acecha no podrá encontrarme «, pensó mientras precipitadamente se echó al agua y ya en el medio, donde la orilla no se disipaba bien, decidió sentarse y descansar. ¡Lo había conseguido! alejarse era lo que necesitaba. Pero no, la angustia seguía como siempre. El dolor una vez más clavaba su punta filosa en la espalda, al punto de hacerlo encorvarse, buscando alivio.

Y estando ahí, lo presintió más fuerte, sabia que no había escapado, podía sentir su respiro tras él. En el borde del bote, con el agua haciendo de espejo, abajo, doblado por el dolor insoportable del miedo, lo vio… el reflejo en el agua se lo mostró.

Era él, el mismo, y todo sus temores, dudas y angustias, por querer ser quien no era, por solo buscar ser aceptado (al precio que fuera), aunque en verdad por quien lo hacía ni siquiera le quería. Era él y sus miserias no saldadas, y ese peso hizo que se hundiera el bote, no sin antes hundirse su alma en el más grande y despreciable, miedo.

💀(El miedo a veces nos salva de algún peligro y también tiene su lugar en nuestra vida, pero el miedo que provocado por creer que no llenamos la expectativa de alguien más, tan humano como nosotros mismos, es un verdugo innecesario que termina ahogándonos los días)💀

Micro relato… “El que se sonrojó “ 🙈💕

Cielo, amaneció como todos los días, seguro de sí mismo con su suave azul acostumbrado mientras pensaba vestirse más intenso para el día.

Ella, pequeña y tímida se acercó y solo susurró al oído de Cielo, lo que quería hacer con él, a solas.

El sacudido por las palabras de ella,no pudo evitarlo, los colores se le subieron al rostro, se sonrojó.

Nuestro reflejo… las letras 📝

Las letras nos reflejan…

Cuando tomamos un lápiz o un teclado digital y la historia se hace dueña de nosotros, muchas veces es como si un espejo trajera sobre la hoja o ese mismo teclado, eso que somos.

Lo que se quedó guardado y no salió en su momento porque no hubo chance, la persona se fue, el amor se acabó, la vida terminó…

También es la rienda suelta, que nos da la oportunidad de ir a realizar en ese mundo imaginario -pero totalmente real- aquellas cosas que saborean nuestros sentidos o que recorren nuestras más torcidas apetencias.

Al final de cada hoja, en alguno de los trazos de sus letras, y no solo en el reflejo de la pantalla cuando escribimos, aparecemos nosotros dibujados quizás con otra cara, en otro cuerpo, con un escenario similar o muy distintos, pero igual nosotros ahí estamos.

Es nuestro reflejo, aunque a veces nos cuente asumirlo o por el contrario lo celebremos orgullosos.

Que nadie está tan guardado, como para impedir totalmente, que lo que siente se resbale en la superficie de un historia. 📝Lo certifico… ahí somos libres 📝

Despertar es soñar… atrévete! 🌳🙂

La vida,

Esa que nos invita a estar despiertos, mientras que nos cuenta una historia interesante, de las que no nos permiten pegar un ojo mientras estamos ávidos de ver ¿qué pasa?

Esa que también nos da alas, aunque a veces sean pequeñas y el cielo sea inmenso, invitándonos a crecer en cada vuelo; esa misma que te dice a ti Cielo mismo, que también vueles.

Esa que es más de los atrevidos que de ningún otro, porque son esos los que intrépidamente conquistan un sueño aun a ojos abiertos, e igual ven lo que sienten con ellos cerrados.

Por eso insisto… Date el permiso de Despertar y sueña, pero sobre todo permítete a ti mismo tener la experiencia única de ir por ello, sin más nada en mente que disfrutar de hacerlo.

🌱

El día está triste 😔 … el mar está molesto 😠

El día esta triste…

El mar está bravo…

Y me pregunto:

—¿El día está triste por comprobar que siempre el mar está molesto?

o

—¿El mar está molesto al contemplar al día , todo el tiempo triste?

En ninguno de los dos casos se cumple el «siempre» o «todo el tiempo» sin embargo son buenas excusas, para cada cual quedarse en el error que prefieran.

Cada quien asume una posición… salir de ella podría marcar significativamente, la diferencia.

Así son las relaciones tóxicas, esas que protagonizamos alguna vez o en las que somos espectadores, más veces se las que quisiéramos. Las mismas en las que el otro excusa su pésima actitud, con la existencia de algún estímulo en quien le acompaña en la relación; olvidando (o al menos pretendiendo eso) que en sí mismo es responsable de ella. Sin que existan más culpables.

Cuando el amor toca… ❤️ 🚪

Un mensajero llamado AMOR, salió un día. Tenía una encomienda urgente que entregar. Su emisor le pidió encarecidamente que fuera, que lo entregara, que para su corazón era de «vida o muerte».

El amor, como siempre, diligente tomó el encargo y salió. Para no perder de vista el norte que llevaba, memorizó la dirección:

—Calle El Jardín #8, ciudad del Corazón.

A pesar de que hubo mal tiempo, y nadie se atrevía a salir, el AMOR sí. Llevaba su meta clara, debía hacer la entrega y sobretodo quería ver, que pasaba.

La tormenta que hubo, voló los carteles de identificación de las calles, así que se hizo más difícil el llegar. Pero sabiendo que quería hacerlo, al fin lo consiguió.

Encontró la calle, y a pesar de la lluvia y el viento, aún las flores sonreían en derredor. Era un hermoso lugar, pero estaba solo. No quiso pensar en las razones, lo disculpo con el mal tiempo.

El número del lugar también había sido borrado, por los malos tiempos pasados, y quizás por la falta de cuidado y mantenimiento, así que desde el inicio de la calle y guiándose por los números que si se veían sobre las puertas, empezó a contar y llegó.

—Uno… dos… tres… aquí no se ve el número, pero sigo contando…. cinco… seis… ayyyy.! Y cayó en un gran pozo de agua. Aunque se golpeó, pudo levantar su mano lo más alto posible, para evitar que el tesoro que traía en ella para entregar, se arruinara.

— Siete… ¡esta es! No se ve el 8, pero esta es.

Con la emoción de quien trae un valioso regalo para ser entregado, subió unos pocos escalones para alcanzar a la puerta y al fin poder tocar. Sus piernas temblaban, pero su golpe sobre ella era firme. Tocó muchas veces, y pensó: —¡No hay nadie en casa! Esperaré.

Dejó transcurrir unas horas y allí estuvo, consistente, presente, no se marchó a la primera, ni dijo hasta aquí y simplemente sacudió sus pies. No, simplemente con paciencia esperó.

Se hizo de noche y la situación no cambió, pensó además: —Quizás la persona de quien es este corazón, está de fiesta y no vendrá hasta mañana, por lo cual decidió volver al día siguiente.

La lluvia del día anterior había cesado, y aunque se podían ver los estragos en las calles, en El Jardín todo parecía en orden, pero seguía sola esa calle.

Volvió a pararse frente a la puerta, insistentemente tocó y tocó, sin obtener respuesta. Dio un recorrido por la calle, en busca de alguien que pudiera informarle sobre quien habitaba en ese corazón. No encontró a nadie.

Una vez más, parado ante su puerta tocó… sintió como un ruido dentro y llegaría a asegurar que escuchó pasos que se aproximaban a la puerta, pero nada ocurrió. La puerta siguió cerrada.

Por espacio de 8 días o más el AMOR estuvo allí, tocando insistentemente, asomándose por la ventana para ver si podía divisar algo. Nunca se atrevió saltar la verja y entrar a la parte posterior, no se consideraba un invasor, sino uno que respetaba la propiedad del otro, por tanto no entró, esperó.

Cabe decir que el tiempo del AMOR, no es igual que el nuestro, para él esos días, pudieron ser semanas, meses y hasta años, manteniendo así la misma insistencia, las mismas ganas de entregar lo que traía, de no quedar mal con el emisario; y sobretodo de entender cuánto anhelaba quien le entregó la encomienda, que ella llegará a las manos del destinatario.

Un buen día, camino a la calle que hasta ahora, consideraba que era El Jardín, el AMOR se dio cuenta de algo. Quizás había estado todo este tiempo en la calle equivocada. Tal vez la lluvia de ese día también había alterado el nombre de las calles y el simplemente estaba tocando donde no correspondía.

Así que decidió pasearse por otra calle, en la cual no se divisaba con claridad el nombre, pero sí, los números de las puertas. Al andar unos pasos en esa calle, divisó un hermoso 8️⃣, reluciente que estaba grabado en aquella puerta.

Tan solo al verlo, sonrió. Fue como haber encontrado al fin, lo que había buscado por tanto tiempo. Sin más preámbulo, tocó y a los pocos segundos la luz de la entrada se encendió.

Seguidamente apareció el rostro más dulce que jamás viera. El dueño del corazón, a quien el Amor tocó a su puerta, no había perdido la esperanza de que llegara, y así ocurrió. Recibió el tesoro, y todo a su alrededor se iluminó.

El AMOR volvió ese día a casa satisfecho, porque no se rindió y aunque no le abrieron la puerta donde pensaba originalmente que era su destino, lo agradeció y comprendió que esa puerta estaba muy lejos de serlo.

(Al otro lado de la ciudad, en la calle que seguía sola, en aquella puerta que tantas veces el AMOR había tocado sin obtener respuesta, de pronto se abrió, y para su desconcierto ya nadie estaba allí. El AMOR no se acabó, solo cambió de lugar… o mejor dicho encontró su verdadero lugar).

❤️***************❤️

Si está tocando a tu puerta
No le hagas esperar,
Que solo si está abierta
Él (el AMOR) se atreverá
A pasar…

El hombre del año…🥇cuento corto

El salón estaba exquisitamente arreglado, las mesas de manera impecable, el vino a temperatura perfecta, la hora del brindis se acercaba, el reconocimiento apenas acababa de empezar.

Quinientas cincuenta personas en un recinto exclusivo. Diez alocuciones previas, en las cuales se exponía con admiración, el motivo de la cita de esta noche. El reconocimiento al «Hombre del Año». Sus virtudes, su integridad, sus capacidades, todo puesto al descubierto para llevarse ese galardón.

Desde su núcleo familiar su esposa e hijos y hasta el nieto que viene en camino en el vientre de una de sus nueras, agita sus manos para aplaudir la vida de este hombre. Su pelo perfectamente cortado, barba rasurada a la medida, un anillo que alumbra en su mano derecha, indicando la pertenencia hacia quien está sonriente a su lado, reluciente de alegría y orgullosa al saber que ese que todos alaban, es de ella, es su propiedad certificada. Una conducta intachable le acompaña, una reputación que ha cuidado a lo largo de sus años, una satisfacción de ver los resultados de tan arduo esfuerzo.

Entre el grupo de trabajo que lidera, cuenta amigos satisfechos más que con compañeros circunstanciales. El trato a lo largo de los años, les ha establecido como un bloque sólido que soluciona todo lo que es puesto en sus manos, aún cuando las salidas a veces no sean las esperadas, pero si las más justas.

Las causas benéficas, le conocen. Siempre pendiente del necesitado, compañero fiel y voluntario de las causas que otros llaman pérdidas. Las manos que han recibido de su auxilio, no se cansan de aplaudirlo.

La religión no se queda atrás, es la primera en promoverlo como ejemplo para otros. Hombre de fe, que no se pierde un oficio; puntual en las misas domingueras, su voz alguna vez a entonado como solista un cántico de alabanza y ha pronunciado quizás con permiso especial, alguna homilía.

Cada uno de los que están en este salón, tienen motivos de sobra para festejar, tan merecido reconocimiento. Uno tras otros de los diez interlocutores que gustosamente han pasado a hablar de las virtudes que detenta el agasajado, confirman que ha sido la mejor de las elecciones, definitivamente este es el «Hombre del Año». Alguno de los masculinos que están presentes, en el fondo se preguntan ¿cómo puedo llegar a ser como él? Y los más sinceros, quizás, dejan correr un poco el frío de la envidia por el rictus que sube hasta su boca, mientras aplauden con un dejo de amargura, entre expositor y expositor. Y entre pensamientos de envidia, solo alcanzan a repetirse entre ovación y ovación: «Este no es mejor que yo» aunque nada sustenta eso.

Ella también le alaba. En este momento el sube al podio, su alocución es impecable. Las palabras justas, el tono adecuado, la profundidad en lo que dice junto a una voz que se quiebra ante una emoción que lo amerita. Lo recorre con su mirada, ambos… solo ellos, saben cómo se miran. Ella toca el lóbulo de su oreja izquierda mientras sonríe y lo observa al hablar, él sabe que significa que haga eso; y ambos recuerdan los sonidos de placer que compartieron apenas unas cuatro horas atrás, cuando el recogía el traje en la tintorería y pasaba afeitándose, cosa que había calculado a primera hora de la mañana, para tener en la tarde el encuentro con quien le permitía tener la sonrisa siempre dispuesta para los que le rodeaban.

Su voz, la de él, la conduce por el camino de la intimidad, del placer, sin mucha dificultad. Siente el recorrido de sus manos por sus piernas, y la dulzura de sus palabras al hacerla suya. Por supuesto que es el hombre perfecto. No tiene exigencias, no pone amarras, simplemente da y recibe lo que el instante de ese amor, le permiten.

Está hablando aún. Lo hace acerca de la honestidad y su significado. De lo importante que es poder andar en paz, sin que haya un dedo que te señale por algo indebido. Su bandera es la felicidad que exhibe en su familia, donde también la transparencia ha construido la más fuerte de sus bases. Partiendo de allí, se puede confiar en que usa la misma medida para tratar el resto de las áreas de su vida.

Llega el momento, se hace la entrega del reconocimiento formal, placa en mano el Alcalde da el reconocimiento y le tregua la llave de la ciudad, y ve brillar el botón que lo acredita como el Hombre del Año. En la placa se puede leer:

Ejemplo de honestidad y humanidad (cosas que pudieran ser excluyentes si las viéramos en la justa medida).

Ella se levanta, no quiere quedarse para el momento de las fotografía y los besos de portada que quedarán registrados. No, ella lo quiere en su terreno, en el que su mejor reconocimiento lo recibe entre sus piernas, entre la corriente que el amor desde hace algún tienpo encendió en sus vidas.

El la mira levantarse, y hasta su placer recibe el aroma de su rastro, el simplemente lo aspira y sonríe, recordándola, mientras el flash de una cámara lo devuelve al momento.

Otro premio, otra apariencia, otra mentira.

Realidad o sueño…

La mano sobre el picaporte, a punto de girar y salir al mundo exterior.  Su respiración es muy lenta.  Suspira pensando en lo que deja atrás. Su mano tiembla, no  como temblaba hace apenas unas horas, cuando paseaba por el cuerpo de ella como escultor sobre su toca.

Si tan solo se atreviera… si se quedara. Pero sobre él, la vida, sus implicaciones, los deberes que ya hoy sobran, los argumentos, los preceptos, las razones y hasta un  sentimiento que presume quedó en alguna gaveta de la vida de todos los días dicen que, debe girar la manilla abrir la puerta y salir de allí.

De soslayo voltea y la mira ahí, dormida plácidamente; su respiración profunda como hace mucho tiempo no tenía. Sus ojos cerrados con el placer descansando sobre sus párpados, envuelta en sueños que no quiere dejar de soñar.  Su mano sobre la almohada de al lado, quizás creyendo que es él, quien todavía ahí descansa.

El recuerda cómo empezó este día, como cualquier otro en sus rutinas, la de ambos.  Ella,  entre archivos de sus pacientes, cerrando el cajón asignado a cada uno, como si de esa manera pudiera tener los demonios de ellos encerrados ahí, para no correr el riesgo que se fueran de fiesta con lo demonios propios de ella. Sobre su escritorio de cristal y un consultorio a lo minimalista, una tablilla con un discreto tintero que se deja leer «Psicóloga».  El corazón roto hace años, despejada ya de las dudas que deja su incertidumbre e independiente de sentir por quien no lo merece. «Agua que no has de beber… que se vaya río abajo», se repite cada día. Insomnios trasnochados que no se arreglan con lo que receta a los que gustosamente se hunden en su poltrona de conversaciones diarias.

Él, abogado de renombre; hombre presente en la corte recurrentemente, recto, admirado por todos, una sonrisa discreta siempre bien formada en su semblante, lo que tapa por completo un vacío que deja la tristeza de una rutina que no acaba, de una pasión que no se enciende, de una simple vida ordenada.

Ambos en el mismo edificio por años, sin toparse, sin ni siquiera encontrarse en el lugar donde estacionan, que dicho sea de paso es a tan solo una hilera, de un carro al otro. Hasta hace seis meses que ambos estuvieron sin sus vehículos, por razones distintas, pero siendo peatones iguales.  Una tarde de lluvia, de esas se Junio,  a la salida del hogar de concreto que los cobija cada día, casi se desafiaron por tomar el primer taxi disponible. Una mano sobre la otra para abrir una manilla, y al final un gesto amable que inundó  sus vidas, más que la lluvia. Un taxi compartido, un sobre olvidado que le hicieron a él subir hasta el consultorio de la «doctora»; una llamada para consultar un aspecto legal de un paciente llamado a juicio, un encierro por 45 minutos en un ascensor y la fobia de ella a lugares cerrados.   Parecía que la suerte los reunió de forma descarada para que en la mañana de hoy, él saliera disgustado de la oficina, viniendo ya de casa con el  gris acostumbrado.  Decidió tomar aire por un balcón oculto tras las escaleras del gran edificio, ella subía cargada de papeles desde  dos pisos anteriores cuando decidió bajar al sentirse  incómoda de ver que las luces del ascensor parpadeaba.  Por un momento pensó: -Si fuese en su compañía, me agradaría que se cerrará nuevamente.  Pensando en eso sonreía y mientras lo hacía el tacón de su sandalia se enredó con el escalón que seguía y giró, rumbo a estrellarse contra el mármol de las mismas escaleras que pisaba.

El accidente fue evitado por unos brazos que la sostuvieron oportunamente. Él estaba allí, pegado a su rostro, los papeles que traía rodaron por el piso y otros tanto volaron por el aire y en medio de una escena como la cámara lenta de una película rosa, sus ojos se encontraron, sus bocas se desearon y la salvación vino  para ambos.  Fue un beso largo, el mundo se detuvo, los dos fueron partícipes, los dos anduvieron a la carrera una ruta que en sus vidas normales, jamás hubieran ni siquiera dado un paso para andarla. Ella se separó un poco de él y sólo alcanzó a decir entre una sonrisa que más parecía de miedo que de otra cosa:

-¡Qué susto, casi me caigo!

El seguía sujetándola de la cintura, ella con sus brazos en su cuello, aunque ya no tenía riesgo de caerse, al menos no por la escalera.

-Te ayudo a recoger los papeles… -dijo él- y ambos de forma natural se agacharon para hacerlo, hubo uno que salió por el balcón donde había estado el abogado hacia tan solo unos minutos.

-Debo ir por eso que cayó por la ventana, fueron las palabras de ella en un susurro, mientras agachados recogían lo que aún estaba en el piso. Las manos de ellas y las de el temblaban, buscando los papeles… buscándose entre ellos.

-Te acompaño, solo dijo. Sin dejar de mirarla siguieron hasta el ascensor para ir en busca de lo que estaba perdido.

Lo que encontraron entre las paredes metálicas del ascensor fue una pasión que ninguno sabía que tenía por dentro. Los besos no podían dejar de pasar de una boca a la otra, hasta que el ascensor anunciaba con su sonido que llegaban a planta baja.  Cada uno acomodó su ropa, ajada un poco por lo intenso del encierro, y salieron.

Buscaron las hojas que habían visto descender por el aire, caminaron uno junto al otro, dándose cuenta que el día brillaba como ningún otro y así llegaron hasta donde estaban ahora. No encontraron papeles, pero si el camino…

Sin darse cuenta de la hora, sin pensar en los compromisos del día, simplemente pasaron por una recepción y subieron a una habitación y de eso  habían pasado algunas horas, quizás muchas y contadas para los del mundo que esperaba afuera, pocos minutos para ellos. 

Entre risas y cuentos, deseo y placer habían pasado el día más diferente y exquisito que en muchos podían tener memoria.  Recordaron como se habían conocido, el taxi, la lluvia, las llamadas, el ascensor y hoy nuevamente el ascensor…  era increíble  cómo en estas pocas horas, sus vidas habían  conectado de una forma tan definitiva , una complicidad tácita con tinte tal vez eterno, superior a la que habían logrado  tener alguna vez  con ninguna otra persona, aún las que estuvieron o estaban ligadas a sus sentimientos pasados o presentes.

Por un momento él dejó salir su incomodidad, la camuflada diariamente, con el permiso de quién puede exprear lo que piensa sin miedo alguno, luego se dio cuenta que  nunca a nadie había sido capaz de contarle eso, por temor a parecer desagradecido y sobre todo por darse cuenta el mismo, de lo desagradable que aveces se volvía  su propia realidad. 

Ella por su parte permitió que el fuera su «psicólogo» por un rato y también habló de sus dolores, de un pasado muy frustrante, y de una soledad escogida con premeditación.  Pero el deseo los supero y los hizo hundirse en él, olvidarse de todo lo que estaba fuera de ese momento juntos. 

Lo disfrutaron tanto que ninguno vio pasar las horas, excepto para comer lo que el servicio les trajo hasta su puerta. Ninguno de los dos habló de irse, y mucho menos de quedarse.  Ambos sabían que era lo único posible, solo tenían ese ahora, no habría fotos, ni reuniones comunes, no era un camino para ser transitado por tiempo determinado, era el amor concentrado en pocas horas en un tiempo que se eternizó mientras lo tuvieron entre sus manos.

El cansancio les hizo dormir y al despertar el no quiso molestarla; contemplarla dormida era un premio que no dejaba de admirar… por un momento pensó que era capaz de dejarlo todo por quedarse así con ella, y luego la razón subió sobre la superficie del corazón, haciéndole volver.

Ahora frente a la puerta, con una mano para abrir su salida del paraíso, solo quisiera volverse y navegar junto a las sabanas, por la curvas que ha conocido en este día; esas mismas por las cuales sus pensamientos se van a deslizar cuando quiera.  Quisiera estar ahí cuando ella abra los ojos y comérsela a besos, pero hacer eso implicaría que ya no podría salir de las redes que hoy cupido ha tendido entre ellos.  Todavía piensa:  —aún puedo decidir dejar esto hasta aquí -sin que sus raíces le retenga-. 

Abre la puerta y el aire que respira afuera, más bien le asfixia, no le sabe a ella. Sale a la calle, vuelve al edificio de su trabajo y ahí trata de perderse en la normalidad de un día que definitivamente no lo es.   

Baja al estacionamiento y toma el camino hacia su rutina, son las 6:30 pm y él se encuentra de cara con su verdad, los compromisos de esta hora le esperan; mientras sus pensamientos vuelan al inicio de este día.  Ese inicio cuando envuelto en los fantasmas que no mostraba a nadie, salió por un poco de aire a gritar su insatisfacción, a dejarse llevar por su pensamiento anhelando que apareciera su compañía de ascensor y así poder darle rienda suelta a lo que su mente pensó cuando la tuvo tan cerca.

Ella no quiere abrir los ojos, su próximo paciente quizás pueda esperar, mientras se fascina con lo que recuerda a párpados cerrados, siente sus manos, su respiración, su placer… este día comenzó y le era imposible subir a aquel ascensor y no anhelar que él estuviera ahí, que se volviera a cerrar, como hace un tiempo atrás. Lo irónico es que va sola y se asusta al sentir que sus luces parpadean y con eso  la subida se trastoca.  Sale del ascensor y comienza su ascenso en las escaleras…  alguien toca a su puerta , su asistente le avisa que ha llegado un paciente en crisis.  Ella no quiere abrir sus ojos, quiere quedarse a vivir allí, en lo que no sabe si es sueño o realidad.

Alguien dice el nombre de él: —¡Con que aquí estabas! Tengo rato buscándote amigo, te están esperando en la sala de juntas. Él, parado en el balcón abre sus ojos y ve caer por el aire unas hojas de papel. La presiente.

El abre la puerta, ella se endereza en su asiento y al levantar la mirada le ve, es él, en su consultorio, él quien tenía la emergencia… está ahí, tan real como en la escalera, como en el ascensor, como en la habitación. Ambos se miran y saben que va a pasar. Nadie les hará despertar. Nadie puede delimitarle lo que es real y lo que está en sus pensamientos o sueños… nadie.