Mismo Cielo que amanece en este país del trópico… vidas distintas, mismo infortunio.
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Un día cualquiera en la vida de una hermosa mujer. Fiestas decembrinas aún llenan sus días; la felicidad a pesar de la incertidumbre que se vive fronteras adentro, parece que aún se puede tocar.
Padre, madre, hija en un solo destino. Ir por una carretera para llegar a un hogar y encontrarse con familiares o para volver luego de una celebración… es lo normal. En cualquier parte del mundo, es así.
Se presenta el imprevisto (imprevisto para quien no espera una trampa), los piratas hacen lo suyo; la llanta se pincha, hay que detener la marcha. Bajarse a cambiar lo dañado y solicitar un servicio de grúas. Un auxilio esperado, también en cualquier parte del mundo.
La realidad que ocurre: los piratas aparecen, fuego cruzado, asesinato a mansalva, sin dar chance a más nada. ya no habrá más pasarela, ni vida en los medios; no verá crecer a su hija, ni le contará de los días bonitos que alguna vez vivió dentro de estas fronteras. Vida truncada en tan sólo segundos, engrosando la estadística del desespero tricolor que acompaña.
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Un día de trabajo, en el qué hay que trasladarse a la capital a resolver asuntos propios del ámbito laboral. Los permisos, las legalizaciones, lo importante se resuelve en el centro, ya no en los estados de provincia. Tres profesionales en su vehículo ciculan por la carretera.
No llevan ni siquiera hora y media de haber salido de casa. Un «nos vemos en la noche» quizás, un abrazo o saludo rapidito, para no perder tiempo y salir a hacer, simplemente lo previsto.
Pasan la primera población, el ambiente es agradable, el día esta soleado, las promesas aún son posibles, el querer hacer algo a favor del país es una utopía que no se detiene. Observar un puesto de la guardia en la vía, aún es un alivio.
Los piratas vuelven a salir, esta vez trajeados con uniformes militares, de quienes deberían salvaguardar la circulación de los ciudadanos por las vías de una nación que se precie de serlo. En cualquier rincón del mundo, sería el deber ser.
La parada obligada se presenta, se solicitan documentos pero no para resguardar, sino más bien para intimidar. La intención se descubre, el cañón del arma amenaza y aunque no hay enfrentamiento por parte de los que acaban de convertirse en víctimas, igual una detonación acaba una vida. Una profesional menos que no llegará a casa, ni hará ya nada en favor de un país que ha sido conquistado por la maldad.
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Un día feliz que comienza en la vida de una familia cualquiera. El chico al fin logró su primera meta importante, ser bachiller de la República. Los planes nacen en la mente del muchacho y la de sus padres. Se empiezan a perfilar metas estudiantiles mucho más altas, quizás fuera de este territorio en el que ya muchos profesores han abandonado el oficio.
Empieza el viaje hacia el centro del país, hay muchas diligencias que hacer y algunos caprichos que complacer. Se lo merece, fue el mejor alumno de su promo, cumplió con todos los requisitos. Un hijo obediente, un alumno responsable; la satisfacción se observa en el rostro de todos.
El día bello, con la luz de este sol tropical que lo inunda todo. Se hace la parada obligada, con jóvenes dentro del auto, ir al baño es inevitable. Es un buen momento para atender esas necesidades y además poner suficiente gasolina como para no volver a pararse hasta llegar al destino esperado.
Los piratas aparecen nuevamente, ya han encontrado un blanco perfecto, tan indefensos como cualquier otros que transitan por nuestras carreteras creyendo que lo que se cuenta acerca de la inseguridad, solo son «cuentos de camino».
Los chicos vuelven al vehículo y antes de empezar a rodar nuevamente, la intersección se realiza con amenaza incorporada. Logran evadir esa acción y rápidamente se incorporan a la vía, pensando que podrán escapar de un mal momento.
El mal se crece… y en una persecución injusta, son adelantados por un vehículo del que salen disparos. Su razonamiento es «voy a quitarte lo que tienes, aunque lo único de valor que poseas, sea tu vida». El carro del mal, se pierde a alta velocidad y mientras el vehículo familiar presenta varias perforaciones en su estructura, hay una vida que ha sido cegada.
El joven graduando ya no estudiará más. Sus días terminaron, junto al dolor indescriptible de sus padres, quienes no entienden nada de lo ocurrido, en medio de una soledad en una carretera, sin que exista a quien recurrir.
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Un día más en el país tricolor. La fiesta del béisbol engalana todos los estadios y los fanáticos complacidos llenan cada vez que sus equipos se presentan a dar el espectáculo.
No solo los locales juegan. Aquellos que han llegado a las «Grandes Ligas» y que pasan muchos meses en el norte y hasta en el continente asiático, deciden volver al terruño. <No hay como jugar en casa> piensan mientras sonríen al sentir que están disfrutando del calor de su tierra y el de sus familiares.
Los juegos son transmitidos por televisión y no hay lugar donde no se hable de ello. En las casas las pantallas reflejan las jugadas y gritos pidiendo «home round » se oye al pasar por cualquier establecimiento en las calles.
Todo es Alegría, aún en medio de la crisis y la mala situación. Por momentos, mientras se está corriendo sobre el diamante deportivo, pareciera que fuera otra la situación. Se unen como fanáticos los que están en un bando político y en otro; se respira un aire de hermandad, escaso para estos tiempos.
El juego del día termina, las ovaciones llegan. El equipo se despide en gloria y salen tres de sus principales fichas. Se manejan rumores que en los,últimos tiempos han sido objeto de atracos los autobuses que llevan las selecciones deportivas ( aunque en realidad cualquier autobús que circule, es objeto de robo para los maleantes).
Deciden recorrer la carretera, fuera del autobús del equipo, un vehículo particular llamará menos la atención. Todo sea para terminar este fin de año en compañía de los suyos, con el calor característico del amor que se profesa en este lado del mundo.
Todavía la adrenalina del juego se siente en las venas. Se recuerdan entre ellos, las jugadas magistrales y hasta los errores. Agradecen al Creador por otra victoria y en seguida comienza a tener los nuevos sueños para el juego siguiente. En tan solo unas horas, estarán mucho más cerca del final del campeonato.
Hay cansancio y sueño, pero la satisfacción de lo logrado, no permite que ninguno de los tres que transitan en ese vehículo estén dispuestos a pestañear. De pronto se oyen ruidos. Esta vez no son balas, pero los piratas son los mismos.
La maldad ya se ha abastecido de piedras y suficientes obstáculos, con los cuales interferir en el tránsito de cualquier vehículo que transite por la zona. La saña es tal, y los impactos tan duros y contundentes, que el vehículo sufre fuertes golpes, los cuales terminan siendo fatales para dos de los ocupantes. Los piratas cobran vida nuevamente.
La muerte llega, el robo se realiza. No importa la vida.
Dos luminarias que ya no volverán a alumbrar sobre el montículo. Diamantes de este país y del mundo, que ya no serán recorridos por sus carreras, ni pelotas que serán bateadas hasta las gradas por sus potentes brazos. Familias que se quedan destrozadas.
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La muerte no llega antes, ni después… simplemente llega. Sin embargo, aquellos que a través de su violencia, maldad inigualable e indolencia total, ciegan la vida de quien quieren, solo con el objeto de hacerse con cosas que ellos codician, son solo dignos de nuestro absoluto repudio.
Todo estos acontecimientos son simplemente inexplicables; y más aún, que no se haga nada al respecto.
Atrapar a un criminal luego de perpetrar su fechoría, no devuelve al muerto, no consuela al familiar herido, al niño huérfano, a la esposa que ahora tendrá que enfrentar la vida sola, a los padres que quedaron sin la luz que les alegraba sus días.
Vivimos, LAMENTABLEMENTE, en un país que cada vez se nos desdibuja más. VENEZUELA, la mía, la del Sur, en manos de cobardes y delincuentes; y recibiendo simplemente la espalda de una justicia inexistente y un Estado a quien no le importa el bienestar de sus ciudadanos.
Cuando lo cotidiano es la tragedia, el dolor nos visita sin aviso, los sueños son arrebatados y las ganas de correr es lo que se va colando en el alma de los que aquí, aún habitamos…
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Ruego, porque el consuelo alguna vez nos llegue. Y que al final como país despertemos. Si esto no cambia, a todos nos tocarán experiencias cómo estás o peores, sin duda que si.
