
Un día nuevo comienza, la luz se levanta aunque la oscuridad insistiera mucho en quedarse. Está bonito.
Se oyen sirenas desde muy temprano, alguien está en angustia y el grito acelerado de una ambulancia rompe con el silencio y la quietud de la madrugada. Algo pasa.
Motivos distintos, sonidos muy parecidos, resultados lamentables. Si es un herido pudo ser un choque, un robo, un accidente de alguna manera. Si es un enfermo, ir al hospital en este momento es más riesgos que estar fuera. La corona del virus, sigue dando miedo.
Se oyen las sirenas al norte y silencio un poco el ruido de afuera, concentrándome en lo que ocurre aquí adentro, en mi, y te encuentro. Seguimos siendo humanos que no pueden dejar las emociones de un tiro, aunque pretendamos controlarlas, donarlas o apaciguarlas. Fracaso seguro.
Y me nuevo al sur, donde el trabajo espera y no hay descanso, y también se oyen sirenas, la emergencia está a la orden del día. Son los bomberos, su camión rojo, y su alarma insistente me dicen que algo está en llamas, que se quema. Incendio en la ciudad fría.
Hay otra sirena, una alarma que también se niega a dejar de llamar la atención… el ritmo del corazón acelerado que no se cansa de bombear recuerdos, de apretar el alma y de no soltar el amor que hace tiempo ya me abraza. Grillos del alma.
Y el tiempo avanza, el reloj marca con suavidad y persistencia a la vez, colocando a cada uno donde va; al cumplimiento de las labores, al recordatorio de que todo tiene fecha de caducidad, incluyéndome. Vuelvo a lo que me toca.
Diciembre 22;2020 7:06 am