La calle llena de gente como todos los días. Unos deambulan de un lado a otro corriendo porque se hace tarde para llegar al lugar donde los sueños se acaban y la competencia por un ascenso en cualquier puesto de trabajo se convierte en la única meta de las próximas 10 o 12 horas. Aunque 8 sigue siendo lo legal o el tiempo estipulado para que los «normales» hagan llegar a las empresas a su máximo nivel de producción, el simple hecho de no lograrlo, genera las fulanas «horas extras»; un mal necesario que da algo de estatus a los que han fracasado en tener vida propia.

A estas horas del día, ella se encuentra en su café de siempre y él aparecerá en tan sólo unos segundos ante su vista; el reloj de su impaciencia así se lo hace saber. Dejó estacionado su vehículo muy cerca de allí. Sale del parqueadero, cruza la pequeña acera enladrillada como todos los días, sólo que hoy tiene algo diferente… y es que anda sin compañía . Es extraño, pero la rubia despampanante que a menudo cuelga de su brazo o de su cuello, esta vez no le acompaña.
El libro que ella tiene entre sus manos, que ha servido de entretienimiento para sus pensamientos y sus ganas, aunque esta abierto, no ha conseguido ser leído por mucho que lo ha manoseado. Al fin lo vé, disimuladamente pasa una de las páginas del libro mientras levanta su mirada aún con la cabeza hacia abajo y lo identifica, ahí ya se acerca, aspira profundamente y siente hasta la fragancia de su varonil perfume, la que destila olor aún a la distancia que se encuentra. Ahora vendrá la compra reglamentaria de la prensa matutina (ella conoce su rutina… al menos la de la calle) y luego de un rápido vistazo a las revistas que se encuentran en la sección de adultos, alisa su corbata, toma el periódico y continúa. Su sonrisa es perfecta.

El libro que todos los días ha servido de mampara, hoy ya no tiene ningún sentido, las pocas líneas que ha podido leer en las últimas semanas, ya ni las recuerda, nada más al percibir la presencia de él lo demás se borra, y aunque lo intenta con el libro, no ha podido olvidarse de quien viene acompañado cada vez que lo ve, a veces de una rubia otras de una pelirroja, las cuales aún yendo vestidas de traje formal, (adecuados para las oficinas donde todos laboran) no evitan dejar al descubierto sus sugestivas formas de moverse que sólo destilan erotismo e insinuaciones cada vez que van a su lado, o en cada roce que le hacen, aunque sea al descuido. Pareciera que para cada una tiene días estimados y así la fiesta va en paz, pero lo más cumbre de todo es que todos confluyen en el mismo lugar, hasta ella, la que lee, la que le mira sin que él se de cuenta.
El da dos pasos en su camino y en ese momento lo tiene justo al frente. Acaba de colgar su maletín en su hombro derecho al recoger la prensa, y al girar hacia la izquierda para volverse a la calle, la punta del maletín tropieza la taza de café en su mesa y esta sin poder resistirlo, se derrama y se estrella contra el piso, partiéndose en unos cuantos pedazos. Por parte del café, no hay nada que lamentar; ya que estaba totalmente frío, porque ella nunca lo tomó, como en ninguno de los días que precedían al que corre hoy, simplemente el líquido estaba allí… como parte de la escena, como su fachada completa.
El ruido de la taza al caer hace que él se voltee, al igual que otros que están en la cercanía, los que con su mirada transmiten le transmiten a él, el siguiente mensaje: «le tiraste el café a la chica, al menos discúlpate y cómprale otro, no te hagas el loco».
Siendo el caballero que todos esperan que sea, se voltea…
– Disculpa, dice y sonríe, con esa sonrisa que ha impedido que ella pueda concentrarse en su libro desde hace como un mes, cuando lo escogió en una librería cercana como la excusa perfecta para poder mirarlo temprano antes de comenzar el trabajo, mientras él lleva su periódico y a alguna mujer de su brazo.
Ella se levanta de la pequeña mesa, como sintiéndose descubierta en su emboscada.
– No te preocupes, no es nada sin atreverse a mirarlo directamente a los ojos. Lo ha visto tanto en el último mes, que podría describir sus facciones con los ojos cerrados y hasta dibujarlo a la perfección.
El nerviosismo de ella, despierta interés en él y en medio de la observación descubre que la conoce, no sabe su nombre, no tiene idea de cual es su cargo, pero ahora si tiene la certeza que pertenecen al mismo emporio.
– ¿Tú eres… del piso 5 o del 12? ¿La chica de auditoría…?
Ahora si la coartada cayó, el pudo recordar esa incursión que hizo a su oficina aquel día cuando al fin fueron presentados y quedó paralizada, y sin pestañear. Ella alguna vez lo vio en el ascensor (él no), pero no fue hasta después, cuando fue hasta su oficina, que supo quien era. Despues de ese primer encuentro, no había necesidad inminente de solicitar documento, cifras o cualquier otra información, sin embargo ella merodeó una cuantas veces más en su predios, como al acecho, sin intercambiar más palabras, sólo dejando que la mirada detrás de sus cristalinos espejuelos lo persiguieran a cada paso.
Asiente con su cabeza, y empuja sus lentes hacia atrás, como buscando protección, pero aceptando que sí, si es la chica no la del 5 o la del 12, sino la del piso 8. La que fue un día por unas planillas y a partir de allí fueron muchas las excusas que le siguieron. Sin embargo, el valor que no sabía existía en ella hasta ahora para acercársele, en ese momento se deja ver.
– Sí, la de auditoría y creo que aún me estás debiendo unos datos. Así que vas a tener que hacerme una declaración privada de información en mi oficina. -Si tienes algunos minutos podemos subir juntos. Se incorpora como poseída por un extraño atrevimiento y se para a su lado, y luego justamente al frente, casi que acortando la distancia prudente entre ambos. El casi la respira, pero la deja entrar en su área.
– ¿Por qué hoy en solitario? Siempre se te ve con alguien… ¿te dejaron solo en el bosque y con el lobo rondando? ¿que ha pasado? Ella pregunta como quien tiene el derecho de saber, que aún no le han dado y él, intimidado con todo esto, decide contestar. Tampoco sabe como se ha dejado intervenir de aquella forma, sin embargo están allí parados uno frente al otro, la gente sigue en su carrera matutina, el día laboral apenas comienza, el sol va sacando su fuerza e ilumina la calle, el calor se siente y a distancias cortas entre dos, más.
-A veces nada como disfrutar de una mañana en la que uno pueda estirarse como quiera y avanzar el día, sin tener que tropezar a cada paso con quien se atraviesa a cada rato. – Y para serte sincero, dice mientras su ojos se clavan intencionalmente en las pupilas de ella, tengo más de una semana sin ese tipo de compañía.
De acuerdo a lo que ella a observado en los últimos días, casi puede asegurar que no es así, sin embargo le da la licencia de la mentira. Tan sólo una sonrisa muestra como señal de aceptación y ambos dejan de verse para colocarse uno al lado del otro y encaminarse hacia la entrada del lugar que así mismo les permitió conocerse. Van de camino hacia el trabajo.
– ¿Y tú, siempre estás sola? Y esta pregunta la toma por sorpresa, no contaba con este tipo de interés. Había imaginado muchas veces como abordarlo, pensó una y otra vez como hacer desaparecer a sus insinuantes acompañantes, pero no se había paseado por la idea de responder a posibles preguntas de él, eso no había sido considerado en el abanico se sus opciones. Sabía manejarse en el anonimato, siendo invisible y ahora que él la veía, estaba bastante nerviosa, hasta su pensamiento estaba inquieto. Ha perdido la ventaja de quien acecha en el silencio.
– Con unas piernas tan bonitas, no entiendo porqué andas sola. ¿los tipos que trabajan en tu piso están ciegos?
Ella se da cuenta que necesita un contra ataque inmediato y una salida a la altura, pero solamente de pensar que él habla sobre sus piernas, esto hace que esas mismas piernas que empiecen a temblar y se sofoque. Para nada quiere caminar delante de él, eso la haría aún más vulnerable a su mirada.
-Nunca me has visto en falda, siempre voy de pantalones, como ahora, así que no entiendo como o pretendes hablar de mis piernas.
Consisera que ha sido buena esta salida y se siente a salvo, como a un paso adelante, así que coge un respiro algo aliviada; la intimidación que sentía con la pregunta que él hizo, va pasando y el agite en su respiración va siendo parte también del segundo pasado.
-No las he visto, pero es mejor, porque entonces las imagino… -La dimensión puedo hacerla claramente sólo con ver lo que cubre tu ropa, y su mirada la recorre con desparpajo. Esta vez el rubor le abarca no sólo el rostro, sino el alma a ella. Nunca se había arriesgado a un juego como este,nones de la que se anota a hacerlo, por temor a salir lastimada. Siempre ha sido muy en su sitio», de emociones controladas y él definitivamente la pone en «jaque».
Ya en la entrada del edificio, luego del saludo reglamentario a los que igual entran a ganarse el pan diario, avanzan hasta el ascensor. El que conduce a los pisos pares es el más cotizado a esta hora del día, muchas personas esperan. Por su parte, el que sube a los pisos impares está sin mucho público, sólo unas tres personas. Sus miradas se cruzan nuevamente de una forma cómplice, y sin hablar deciden ir por ese, el de pocos testigos. Entran y se colocan en la parte posterior mientras las personas que les acompañan van desapareciendo una en el piso 3 y las otras dos en el 7. Se cierra el ascensor y quedan solos allí. Ya no hay gente de un lado a otro, ella vacila un segundo en lo que va hacer, pero el consentimiento en los ojos de él se nota.
Una mano se estira y el recorrido del ascensor es suspendido. El se acerca, como quien es atraído por una fuerza irrefrenable. Ella luego de haberlo observado tantos días a la distancia, ahora tan cerca y teniéndolo a la mano, no sabe que hacer.
El acorta aún más la distancia… se acerca; ella cierra los ojos. Se pierde en lo que ha pensado, ¿cuantas veces ha imaginado una escena como ésta? Al menos unas ocho veces… y ahora está ahí, y sólo el silencio y los pocos minutos que tienen, les mantienen allí, de pie. Un segundo más, acaba de morir, mientras sus ojos siguen cerrados como quien aguarda la sorpresa del deseo, y espera en cualquier momento sentir algún tipo de roce. Siente una mano en su hombro derecho…
– ¿Está bien señorita? Oye una voz que es como un desagradable chillido en sus oídos. Esto le hace abrir los ojos, y al hacerlo, la luz odiosa del Sol quema sus pupilas. Es el mesonero que a diario, por más de quince días le ha atendido gentilmente en aquel café.
-Este hombre tan descuidado, tropezó su café y usted se ha quedado como si la golpeada ha sido usted. ¿Se siente bien?
Parpadea una y otra vez, como queriendo entender que hace aquel mesonero en el ascensor.. hasta que la realidad la trae de vuelta y se da cuenta donde está.
El ya no está por ningún lado, el ascensor le espera en el edificio al otro lado de la calle, en medio del tumulto de la oficina. Su reloj de pulsera, le condena a reaccionar ahora, y a correr antes de hayan motivos para que la paga del día sea menor. En el ascensor hubiera estado dispuesta a perder cualquier paga con tal de quedarse allí, con él, pero de no apurarse sólo tendrá un día que vale mucho menos, y la indiferencia de la que es objeto le afectaría aún más.
– Gracias… no me ocurre nada. Sólo el silencio de mi mente, que me atrapa y en sus muchas vueltas, ya no se donde termino.
Deja la propina acostumbrada y aún en el silencio, el de su mente, sigue sonando el ruido del ascensor detenido y lo que ocurre ahí dentro.
