Nada, la razón del todo 💭

A veces la vida se nos llena de una nada impredecible, desconocida pero dueña de los recursos con los cuales adquirir muchos de los espacios de nuestra vida y los hipoteca.

Nada que incluye recuerdos rotos, borrados que se vuelven inexistentes. Tinta que se la ha llevado el agua, lluvia que cayó de tal manera que arrasó hasta con la tierra.

Manos llenas de vacío, risa que dibuja una máscara, pasos que no llegaban a ninguna parte, y un camino que ha sido cubierto por el dolor de los años, entonces no se ve nada.

Nada que lo incluye todo, sin que lo aceptemos desde la consciencia. Mirada que no observa, ni descubre milagro, solo fija en un asunto que no le interesa, ojos desgastados.

Palabras que no dicen nada, amor incomunicable, el reino del olvido haciendo alarde en un corazón que dejó de pagar arriendo en el sitio de alguien más. El cansancio y la nada, compañeros inseparables de una oda al desacierto.

Ramas sin hojas, flores sin pétalos, boca sin sonrisa, camino sin pasos, oscuridad sin siquiera reflejo, cielo sin astros; la nada en una expansión que no acaba.

Así va la vida cuando las ramas de nuestras ganas se separan del tronco… de eso que amamos y de a quien amamos. Quizás sigan haciendo nido, algunas aves a su paso, y las flores broten de vez en cuando, pero en el fondo… allá en la raíz, quizás enterrado, donde el ojo no ve: la nada lo ocupa todo, haciéndose simplemente una fosa silenciosa.

Tarde o temprano todo se seca, y los recuerdos ojalá se archiven en lugares que no se aten a la nostalgia, que no se anuden en el dolor que no pasa y sea libre al fin el alma de quien fue víctima de esa nada.

Mientras tanto sigo corriendo antes de que ella me alcance, me abrace y acabe haciéndome parte también de ella. La nada, dueña de todo.