El día amanece frío, se oye fuera el correteo de los que madrugan, mientras otros duermen al menos por dos horas. La mañana es gris, como grises se han vuelto los días de Claudia desde hace unos cuantos años; más de los que ella misma se atreve a contabilizar.
De un lado a otro, se maneja en la cocina. Hay olores mezclados. En el horno alguna hogaza de pan, que será fresco para quien lo deguste y ni siquiera agradezca a quien lo amasó, de madrugada mientras el simplemente dormía.
Ella no se queja, es su vida, la que escogió y con la que compara diciéndose que hay otras mucho peores. Mete sus manos en medio de la esponja y la espuma para lavar los trastos y suspira hondo. En el piso algunos de sus cabellos. En el último tiempo los va dejando por doquier, como una señal de que no todo anda tan bien como en casa dicen que son las cosas.
Y de repente un pensamiento le hace visitar la realidad que no quiere: —Esos cabellos se han caído sin darme cuenta… no duelen, no miro en el momento que caen, pero un espacio se queda vacío en mi propia cabeza..
Josias aparece arrastrando los pies. Aún la modorra del sueño no se va. Fue al baño como por instrumento, sin necesidad de abrir los ojos, y por supuesto sin darse mucha cuenta a donde apuntaba el desahogo de la orina. Es lo de siempre, es su universo y todo lo demás a su alrededor va dando vueltas.
—¿Sabes dónde está mi toalla? pregunta. Mientras Claudia seca sus manos en un paño pequeño colgado en las manillas del refri y va directo al lugar donde está colgada la toalla y se la trae. Es un acto mecánico, el pide, ella concede. La obediencia tácita de la cotidianidad. El esta descalzo, por tanto siente uno de los cabellos de Claudia enredado en uno de sus pies.
—Tus cabellos están por toda la casa, te vas a quedar calva si sigues así. ¿No te das cuenta? Josias y sus tonos de burla o reclamo, más de lo mismo todos los días.
Claudia ya es inmune a esos comentarios, aunque esta vez…. Vuelve el pensamiento de hace un rato: —No me doy cuenta cuando caen, como otras cosas que ya están caídas y ni siquiera he dicho nada, no me he atrevido. Sigue haciendo sus cosas en la cocina y también continúa en su pensamiento.
—¿Y qué? Sigue el marido cansón. Acaso tienes que pensar tanto para entender lo que dije. Es un fastidio encontrar tus cabellos por todos lados. Bueno, ya estás en edad de que se te caiga todo. Y una mueca sarcástica se dibuja en su rostro.
Ella sale de la cocina y se dirige a la habitación, se quita las pantuflas y siente el piso frío con sus pies. Uno de sus cabellos está ahí, y al verlo sonríe. Así es todo, y no tiene porque doler.
Abre el clóset y saca un bolso de viaje negro que su esposo usa cuando va de cacería, actividad por cierto que ella detesta, no solo por la matanza del animal sino por todo el trabajo colateral que a ella le representa, en especial el de lidiar con sangre por todos lados.
Empaca seis pantalones, seis camisas, un abrigo, diez pares de calcetines e igual número de ropa interior. Cierra el bolso y vuelve con el a la cocina.
—Listo querido, te puedes ir. Dice de forma pausada.
—¿Y tú, que crees que estás haciendo. Hoy no es día de cacería. ¿Además del cabello, te estás quedando sin memoria? su tono de disgusto hace que cada palabra lleve un tono mayor al que debería.
Ella lo mira y se acerca. Pone sus manos sobre los hombros de su marido, respira y le dice: —Ya se que hoy no vas de cacería, pero es un día genial para que te vayas. Cómo te molestan tanto mis cabellos, te parece sin valor lo que hago y sobre todo, quien soy… pues, te dejo ir. Eres libre Josias, ve a hacer una vida donde quieras.
—No solo mis cabellos se han caído, sigue diciendo, mientras va dando pasos lentos hacia el ventanal del salón. Todo lo que he sentido por ti, también se ha caído, y esa caída es en un pozo que no tiene fondo.
Te dejé espacio para que la toalla que te acabo de dar y la pijama que llevas puesta, la metas en el bolso y completes el ajuar de tu nueva vida.
—Te has vuelto loca… dice como refunfuñando.
—Si, como eso también es inaceptable para ti, como ya te dije ¡Te dejo ir! Por favor cierra la puerta cuando salgas y no me escribas, ni me llames. Cuando tenga todo listo, yo te contacto y firmamos tu pasaporte a la libertad, ese que tanto quieres.
—¿Quiero yo? En definitiva estás desquiciada. ¿Cuando yo he dicho que quiero irme? Yo estoy cómodo aquí, contigo, y tú también. Así que déjate de babosadas y sirve el desayuno y guarda mi ropa donde debe estar.
—No querido. Tu si has dicho de muchas formas que no quieres estar más aquí, al menos no conmigo. Y como ya lo entendí, quiero asumirlo. Es en serio Josias, hasta aquí llegamos. Voy a estar en la habitación, cuando salga no quiero que estés aquí.
Mientras Claudia da los pasos hacia la habitación, pasa la mano por sus cabellos, agradeciendo que su caída la hizo reflexionar acerca de lo que estaba ocurriendo en su vida desde hace tanto.
Si me quedo sin uno de mis cabellos, valdrá la pena, por el recordatorio que ha significado para mi hoy. Darme cuenta, y sobre todo atreverme va a cambiar toda mi vida.
Puedo buscar algún remedio para la caída de mi cabello, pero ya con Josías… no hay nada que pueda hacer. No hay nada que quiera hacer. Hay cosas cuya caída es muy profunda y hasta irreversible, nuestra vida juntos, es una de ellas.