Lecciones de los últimos días de Agosto entre el espectáculo de sus atardeceres…

Agosto en sus últimos días de este año 2016, sigue dándome mucho para pensar.

El atardecer de ayer fue uno de esos espectáculos impredecibles, que en lo posible trato por todos los medió de dejar registro de ello.

Temprano en la tarde había nubes de las que me gustan, redondas y suaves (jajaja como si las pudiera tocar)


Me encanta verlas e ir detallando sus formas y a la vez ir construyendo las historias que con frecuencia se me ocurren, esas que a veces público y otras que simplemente me callo por no invitarlos a mi desvarío.

Eran una de esas nubes en las que uno siente que puede ir saltando sobre ellas, cantando una canción también de las que nos hacen sonreír o simplemente nos invitan a hundirnos en ellas hasta experimentar  su total y confortable abrazo; experiencia que podemos imaginarla solos o en la mejor de las compañías (allá arriba todo es permitido).

En el transcurso de la tarde estaba concentrada en algo que ocupa uno de mis principales lugares en cuanto a fascinación diaria y es  el dejar que los pies de mi alma penetren la tierra de una siembra que me apasiona y ver cómo sus brotes inundan mi existencia día a día.

En eso estaba cuando la tarde fue cayendo y un velo oscuro fue apareciendo. No era la simple bienvenida de la noche, era otra cosa. Sorprendida fui a mi posición de espectador y protagonista a la vez, delincomparable  milagro de poder contemplar  la belleza de un atardecer en movimiento.  En tan solo veinte minutos, el cielo cambió…

 

El sol que hasta ese momento inundaba con su fulgor el paisaje, fue cediendo ante unas nubes grises gigantes que empezaron a reclamar «su espacio» y sin más,  fueron adueñándose de mi vista.


Rápidamente todo se volvió oscuro, aunque  donde el sol guardaba su lugar, se conservaba una ventana de luz.


Empezaron a notarse de pronto los relámpagos como flashes de cámaras potentes que querían  registrar un evento único en el cielo.  Y yo ahí… tan pequeña ante un «todo» tan grande, pero sintiéndome  afortunada  de detenerme a ser testigo fiel de esta maravilla.

Cualquiera que hubiera visto este cielo, podía decir que iba a llover, o como decimos por aquí: – ¡Va a caer el gran palo de agua! Pero para mis sorpresa, el aguacero no cayó, al menos no aquí; lo que me sugiere que el movimiento siguió más allá de lo que yo simplemente pude ver.

Así que de ese atardecer, el de ayer rescato las siguientes lecciones:

📌No necesitamos como el caso de las nubes, tocarlas para imaginar su suavidad.  Lo que imaginamos, a veces es más fuerte que cualquier «realidad» de las que abundan por ahí.

📌En cualquier momento, como el paisaje del cielo, nuestros pensamientos pueden llenarse de sombras y oscuridad que nos llevan por el dolor en cuestión de segundos, PERO hay siempre una posibilidad de que exista una ventana de luz que prevalezca y a la cual nos podemos aferrar.

📌Una vez más me ratificó el atardecer que no todo es como parece y aún cuando las nubes negras estén sobre nosotros en este momento, no implica que la lluvia no pueda caer en otro lado.  Nada es tan seguro, que no pueda ser cambiado.

📌Siempre hay movimiento en todo, podamos verlo o no. Y hay cosas o situaciones que tienen una «onda expansiva» mucho más allá de lo que nosotros alcanzamos a percibir.

Este es uno de mis regalos diarios, que disfruto lentamente mientras frente a mí va dando a conocer (unas veces lenta y otras rápidas) de lo que tiene para entregarme y por eso se queda en mis pensamientos.


Todo cabe en el paisaje…

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