En modo cuento… Llamada 📲 😳

El teléfono repica insistentemente, debo salir de la ducha dando zancadas y con temor de caerme, empapada además por todos lados. Tomo la llamada mientras dejo la toalla sobre la cama.

—¡Qué ganas de llamar! Si el teléfono tuviera pie, me habría sacado corriendo del baño. Ya uno no puede ni bañarse tranquila.

<Número desconocido>.

—¿Y tanto repique para esto? Al menos debió dejar un mensaje para que valiera la pena tanto brinco. ¡Qué jaleo!

Vuelvo a la toalla con disgusto y comienzo a sacudir mi cabello, sacando todo el exceso de agua. Pensaba ahogarme bajo la ducha, y así olvidar la conversación tan amarga que tuve hace unas horas con Francisco.

—Y es que no sé cómo no lo puede entender ¿porqué tiene que existir un trauma para todo? ¡Simplemente se acabó, no más!

Me llega a la mente, como una película, el recuerdo del inicio de este mismo día, veintiocho de Septiembre; el año que más da, es el mismo desde hace nueve meses. Sentir que el mundo pesa una tonelada nada más al despertar, es como mucho, y más aún con la guardia que me esperaba en la tienda de mascotas las próximas 8 horas. Eso hizo que tuviera la sensación de no saber por donde agarrar el día.

Soy Veterinaria de profesión y de corazón, pero este día realmente he estado hecha un lío.

—¡No tienes buena cara, tía! dijo Samuel mi asistente tan pronto me vio y luego de darme el doble beso del saludo. ¿Qué te ha pasado? Insistió

—Pues nada Samu, la vida… ya sabes.

—Y que también no sé, guapa. De verdad que no entiendo mi «dog» (como una manera especial de decirme doc) alguien tan especial como tu, ¿porque tienes que echarte encima el karma de Francisco? De verdad no entiendo.

—Ya lo sabrás cuando seas mayor Samu. De verdad no tenia fuerzas o ganas de articular más palabras, ciertamente la noche había sido agitada. Francisco mi ex, había tenido otra más de sus crisis.

Y es que no se cómo le llamo mi «ex» si en el fondo nunca fue mi «algo». Salimos un par de veces cuando creí que era alguien normal, me parecía simpático este chico algo tímido, pero todo eso acabo muy pronto.

Descubrí su compulsión por mentir, por inventar cosas a mis amigas y hasta propio Samu, para que no me reuniera con ellos porque él empezó a desarrollar una «necesidad enfermiza» de mí. En menos de un mes, quería hacerse dueño de mi vida, de mis pensamientos y hasta de la elección de mis amistades. Se aparecía a toda hora, los mensajes de texto eran interminables.

Todo paso de un buen conocido a convertirse en un acoso continuo, pero por no querer ser brusca o hacerle sentir aún peor, y entendiendo además que está algo enfermo, he tenido paciencia tratando de explicarle por todos los medios que se término. Se terminó eso que nunca comenzó.

El primer día cuando le escuché llorando desconsoladamente por el teléfono, el corazón se me arrugó al punto de sentirme miserable por causarle todo ese dolor. El tiene esa facultad para hacer sentir culpable al que no tiene culpa de nada.

Y así fue una vez tras otra. Los intentos de homicidio no han faltado o al menos eso ha hecho él que parezca. He tenido que dar más carreras de las que he querido o tenido tiempo de dar, pero ya lo de anoche sobrepaso mi aguante.

Había llamado a eso de las 10:00 pm y empezó a contarme una historia de su infancia que luego por las contradicciones llegue a saber que era solo una más de sus mentiras fabuladas.

No sé si realmente es un tío muy retorcido de mente que solo manipula o si está severamente enfermo y su psiquis necesita atención inmediata. En cualquiera de los casos le recomendé un profesional que podría ayudarle, y aunque me dijo que había asistido a la consulta, luego comprobé que no fue así.

Entre las cosas que quiso contarme, estaba la de un supuesto abuso que había sufrido cuando niño, luego también hablaba de la maldad de un compañero se trabajo, que había logrado que le despidieran; divagaba entre una cosa y otra. Desde que le conozco hace un poco más de seis meses ha tenido tres empleos distintos, lo que confirma que él muy estable no es.

Lo cierto es que después de hablar de la maldad de todos, llego mi turno; entonces yo era la buena, pero siempre que quedara fuera la mera posibilidad de que el y yo, no estuviéramos juntos. Ahí entonces yo me convertía en el peor monstruo de su existencia.

Pasé de la culpa a la rabia, porque ya estoy hastiada de que me coloque como causante de sus angustias. Es una situación insoportable; al final como a las tres de la madrugada le corté. Amenazó con lanzarse de la azotea, pero yo estaba tan agotada que no pude escucharle más.

Luego de la hora del almuerzo, me abordo en la cafetería de la esquina. El sabe que es mi lugar para comprar galletas y el capuchino de la tarde. Ahí llegó mientras merendaba y volvió a repetir el mismo discurso, ese que me ha llevado repetidas veces a ceder ante su supuesto dolor. Pero esta vez no fue así, fui suave pero firme también.

—Francisco, tú sabes que te estimo mucho, pero también debes estar claro que nunca he estado enamorada de ti. Por meses te he acompañado en este proceso que para ti es doloroso, pero ya es tiempo que pases la página y avances. Yo no voy a estar contigo nunca. Al menos no en plano sentimental (y ya no quería tenerlo cerca ni como conocido).

El quería interrumpir cada frase que yo decía y sus lágrimas casi que inundaban la mesa, pero yo estaba decidida a que ni un día más se prologara esta angustia. No era bueno para mí, ni para él.

El no aceptó nada de lo que dije, yo no me moví de mi posición. El se levantó e hizo una escena de esas que él sabe, gritó y yo me mantuve sin moverme. Al observar mi actitud se encolerizó más y empezó a insultarme. Salió del lugar diciendo: —¡Te vas arrepentir Larisa! Nunca podrás estar bien sin mi. Lo que me ocurra, tú serás la responsable.

Y esa última frase me quedo retumbando en la cabeza, pero sabía que si cedía a su ataque de histeria, perdería todo el avance que yo había tenido hasta en mi misma.

De eso ya han pasado unas cinco horas, volví por la tarde un rato a la consulta y pasé revista a mis pequeños que estaban en recuperación post operatoria. El bueno de Samu se quedó a cargo cubriéndome, porque estoy rota, el cansancio definitivamente agota.

Hace poco más de media hora volví a casa, y unos minutos antes de llegar vi que Francisco me envió un mensaje, pero preferí no leerlo todavía. Abrí la ducha y pensaba quedarme allí al menos una hora, hasta que esta insistente llamada me sacó del baño.

Ya que me interrumpieron mi terapia de agua, voy a ver qué es lo que escribió Francisco. Cual será el drama de hoy.

—Voy a saltar de la azotea, quizás cuando leas esto ya lo habré hecho.

Me quede helada al leer su mensaje, pero logré recomponerme al recordar que en ocasiones anteriores ha dicho lo mismo, solo con la intención de que corra a salvarle.

Pero la llamada que recibí de un número desconocido, hace que me angustie nuevamente. Así que decido confirmar si algo ha pasado, devolviendo la llamada .

—Hola, buenas noches. Tengo una llamada perdida de este número.

—¿Larisa, usted es Larisa?

—Si soy yo ¿Qué ocurre ?

—¿Quería avisarle que algo pasó con Francisco Torres?

Siento que el corazón se me paraliza.

—¿Le ocurrió algo a Francisco?

—Lo siento… usted es el único número que aparece marcado en su teléfono de modo repetido, por eso la llamamos. Francisco ha muerto.

—¿Y… como fue, qué ha pasado? ¿Donde ocurrió eso, en su casa? Y al decirlo siento que el mundo se me viene encima.

—No, no, fue en la calle… yo venía algo de prisa y el se adelantó al paso peatonal, así que no alcancé a verlo cuando doblé en la esquina y ahí estaba él. Le aseguro que no quise hacerlo, pero todo fue muy rápido

—Yo mismo le lleve hasta el hospital, pero allí me explicaron que tenía una aneurisma y posiblemente no lo sabía, con el golpe se le estalló y murió casi en el acto. Llegó sin vida al hospital. ¿Me oye… está ahí?

—Si, Sí, sigo aquí…

—Le aseguró que no quise hacerle daño, lo siento.

—Tranquilo amigo, las cosas a veces escapan de nuestras manos. Por supuesto que usted no quería hacerle daño a Francisco… usted no le conocía.

Del otro lado, la person corta la llamada y yo me quedo con el teléfono entre mis manos.

Tirada viendo al techo, tengo extrañas emociones juntas. Siento alivio y tristeza, rabia e impotencia y también siento que fui auxiliada o sacada de mucha prision de alguna manera.

Lo que anoche atormentaba, hoy simplemente no está. Que descanses Francisco, no se si en paz, pero hazlo.

El hombre del año…🥇cuento corto

El salón estaba exquisitamente arreglado, las mesas de manera impecable, el vino a temperatura perfecta, la hora del brindis se acercaba, el reconocimiento apenas acababa de empezar.

Quinientas cincuenta personas en un recinto exclusivo. Diez alocuciones previas, en las cuales se exponía con admiración, el motivo de la cita de esta noche. El reconocimiento al «Hombre del Año». Sus virtudes, su integridad, sus capacidades, todo puesto al descubierto para llevarse ese galardón.

Desde su núcleo familiar su esposa e hijos y hasta el nieto que viene en camino en el vientre de una de sus nueras, agita sus manos para aplaudir la vida de este hombre. Su pelo perfectamente cortado, barba rasurada a la medida, un anillo que alumbra en su mano derecha, indicando la pertenencia hacia quien está sonriente a su lado, reluciente de alegría y orgullosa al saber que ese que todos alaban, es de ella, es su propiedad certificada. Una conducta intachable le acompaña, una reputación que ha cuidado a lo largo de sus años, una satisfacción de ver los resultados de tan arduo esfuerzo.

Entre el grupo de trabajo que lidera, cuenta amigos satisfechos más que con compañeros circunstanciales. El trato a lo largo de los años, les ha establecido como un bloque sólido que soluciona todo lo que es puesto en sus manos, aún cuando las salidas a veces no sean las esperadas, pero si las más justas.

Las causas benéficas, le conocen. Siempre pendiente del necesitado, compañero fiel y voluntario de las causas que otros llaman pérdidas. Las manos que han recibido de su auxilio, no se cansan de aplaudirlo.

La religión no se queda atrás, es la primera en promoverlo como ejemplo para otros. Hombre de fe, que no se pierde un oficio; puntual en las misas domingueras, su voz alguna vez a entonado como solista un cántico de alabanza y ha pronunciado quizás con permiso especial, alguna homilía.

Cada uno de los que están en este salón, tienen motivos de sobra para festejar, tan merecido reconocimiento. Uno tras otros de los diez interlocutores que gustosamente han pasado a hablar de las virtudes que detenta el agasajado, confirman que ha sido la mejor de las elecciones, definitivamente este es el «Hombre del Año». Alguno de los masculinos que están presentes, en el fondo se preguntan ¿cómo puedo llegar a ser como él? Y los más sinceros, quizás, dejan correr un poco el frío de la envidia por el rictus que sube hasta su boca, mientras aplauden con un dejo de amargura, entre expositor y expositor. Y entre pensamientos de envidia, solo alcanzan a repetirse entre ovación y ovación: «Este no es mejor que yo» aunque nada sustenta eso.

Ella también le alaba. En este momento el sube al podio, su alocución es impecable. Las palabras justas, el tono adecuado, la profundidad en lo que dice junto a una voz que se quiebra ante una emoción que lo amerita. Lo recorre con su mirada, ambos… solo ellos, saben cómo se miran. Ella toca el lóbulo de su oreja izquierda mientras sonríe y lo observa al hablar, él sabe que significa que haga eso; y ambos recuerdan los sonidos de placer que compartieron apenas unas cuatro horas atrás, cuando el recogía el traje en la tintorería y pasaba afeitándose, cosa que había calculado a primera hora de la mañana, para tener en la tarde el encuentro con quien le permitía tener la sonrisa siempre dispuesta para los que le rodeaban.

Su voz, la de él, la conduce por el camino de la intimidad, del placer, sin mucha dificultad. Siente el recorrido de sus manos por sus piernas, y la dulzura de sus palabras al hacerla suya. Por supuesto que es el hombre perfecto. No tiene exigencias, no pone amarras, simplemente da y recibe lo que el instante de ese amor, le permiten.

Está hablando aún. Lo hace acerca de la honestidad y su significado. De lo importante que es poder andar en paz, sin que haya un dedo que te señale por algo indebido. Su bandera es la felicidad que exhibe en su familia, donde también la transparencia ha construido la más fuerte de sus bases. Partiendo de allí, se puede confiar en que usa la misma medida para tratar el resto de las áreas de su vida.

Llega el momento, se hace la entrega del reconocimiento formal, placa en mano el Alcalde da el reconocimiento y le tregua la llave de la ciudad, y ve brillar el botón que lo acredita como el Hombre del Año. En la placa se puede leer:

Ejemplo de honestidad y humanidad (cosas que pudieran ser excluyentes si las viéramos en la justa medida).

Ella se levanta, no quiere quedarse para el momento de las fotografía y los besos de portada que quedarán registrados. No, ella lo quiere en su terreno, en el que su mejor reconocimiento lo recibe entre sus piernas, entre la corriente que el amor desde hace algún tienpo encendió en sus vidas.

El la mira levantarse, y hasta su placer recibe el aroma de su rastro, el simplemente lo aspira y sonríe, recordándola, mientras el flash de una cámara lo devuelve al momento.

Otro premio, otra apariencia, otra mentira.

Realidad o sueño…

La mano sobre el picaporte, a punto de girar y salir al mundo exterior.  Su respiración es muy lenta.  Suspira pensando en lo que deja atrás. Su mano tiembla, no  como temblaba hace apenas unas horas, cuando paseaba por el cuerpo de ella como escultor sobre su toca.

Si tan solo se atreviera… si se quedara. Pero sobre él, la vida, sus implicaciones, los deberes que ya hoy sobran, los argumentos, los preceptos, las razones y hasta un  sentimiento que presume quedó en alguna gaveta de la vida de todos los días dicen que, debe girar la manilla abrir la puerta y salir de allí.

De soslayo voltea y la mira ahí, dormida plácidamente; su respiración profunda como hace mucho tiempo no tenía. Sus ojos cerrados con el placer descansando sobre sus párpados, envuelta en sueños que no quiere dejar de soñar.  Su mano sobre la almohada de al lado, quizás creyendo que es él, quien todavía ahí descansa.

El recuerda cómo empezó este día, como cualquier otro en sus rutinas, la de ambos.  Ella,  entre archivos de sus pacientes, cerrando el cajón asignado a cada uno, como si de esa manera pudiera tener los demonios de ellos encerrados ahí, para no correr el riesgo que se fueran de fiesta con lo demonios propios de ella. Sobre su escritorio de cristal y un consultorio a lo minimalista, una tablilla con un discreto tintero que se deja leer «Psicóloga».  El corazón roto hace años, despejada ya de las dudas que deja su incertidumbre e independiente de sentir por quien no lo merece. «Agua que no has de beber… que se vaya río abajo», se repite cada día. Insomnios trasnochados que no se arreglan con lo que receta a los que gustosamente se hunden en su poltrona de conversaciones diarias.

Él, abogado de renombre; hombre presente en la corte recurrentemente, recto, admirado por todos, una sonrisa discreta siempre bien formada en su semblante, lo que tapa por completo un vacío que deja la tristeza de una rutina que no acaba, de una pasión que no se enciende, de una simple vida ordenada.

Ambos en el mismo edificio por años, sin toparse, sin ni siquiera encontrarse en el lugar donde estacionan, que dicho sea de paso es a tan solo una hilera, de un carro al otro. Hasta hace seis meses que ambos estuvieron sin sus vehículos, por razones distintas, pero siendo peatones iguales.  Una tarde de lluvia, de esas se Junio,  a la salida del hogar de concreto que los cobija cada día, casi se desafiaron por tomar el primer taxi disponible. Una mano sobre la otra para abrir una manilla, y al final un gesto amable que inundó  sus vidas, más que la lluvia. Un taxi compartido, un sobre olvidado que le hicieron a él subir hasta el consultorio de la «doctora»; una llamada para consultar un aspecto legal de un paciente llamado a juicio, un encierro por 45 minutos en un ascensor y la fobia de ella a lugares cerrados.   Parecía que la suerte los reunió de forma descarada para que en la mañana de hoy, él saliera disgustado de la oficina, viniendo ya de casa con el  gris acostumbrado.  Decidió tomar aire por un balcón oculto tras las escaleras del gran edificio, ella subía cargada de papeles desde  dos pisos anteriores cuando decidió bajar al sentirse  incómoda de ver que las luces del ascensor parpadeaba.  Por un momento pensó: -Si fuese en su compañía, me agradaría que se cerrará nuevamente.  Pensando en eso sonreía y mientras lo hacía el tacón de su sandalia se enredó con el escalón que seguía y giró, rumbo a estrellarse contra el mármol de las mismas escaleras que pisaba.

El accidente fue evitado por unos brazos que la sostuvieron oportunamente. Él estaba allí, pegado a su rostro, los papeles que traía rodaron por el piso y otros tanto volaron por el aire y en medio de una escena como la cámara lenta de una película rosa, sus ojos se encontraron, sus bocas se desearon y la salvación vino  para ambos.  Fue un beso largo, el mundo se detuvo, los dos fueron partícipes, los dos anduvieron a la carrera una ruta que en sus vidas normales, jamás hubieran ni siquiera dado un paso para andarla. Ella se separó un poco de él y sólo alcanzó a decir entre una sonrisa que más parecía de miedo que de otra cosa:

-¡Qué susto, casi me caigo!

El seguía sujetándola de la cintura, ella con sus brazos en su cuello, aunque ya no tenía riesgo de caerse, al menos no por la escalera.

-Te ayudo a recoger los papeles… -dijo él- y ambos de forma natural se agacharon para hacerlo, hubo uno que salió por el balcón donde había estado el abogado hacia tan solo unos minutos.

-Debo ir por eso que cayó por la ventana, fueron las palabras de ella en un susurro, mientras agachados recogían lo que aún estaba en el piso. Las manos de ellas y las de el temblaban, buscando los papeles… buscándose entre ellos.

-Te acompaño, solo dijo. Sin dejar de mirarla siguieron hasta el ascensor para ir en busca de lo que estaba perdido.

Lo que encontraron entre las paredes metálicas del ascensor fue una pasión que ninguno sabía que tenía por dentro. Los besos no podían dejar de pasar de una boca a la otra, hasta que el ascensor anunciaba con su sonido que llegaban a planta baja.  Cada uno acomodó su ropa, ajada un poco por lo intenso del encierro, y salieron.

Buscaron las hojas que habían visto descender por el aire, caminaron uno junto al otro, dándose cuenta que el día brillaba como ningún otro y así llegaron hasta donde estaban ahora. No encontraron papeles, pero si el camino…

Sin darse cuenta de la hora, sin pensar en los compromisos del día, simplemente pasaron por una recepción y subieron a una habitación y de eso  habían pasado algunas horas, quizás muchas y contadas para los del mundo que esperaba afuera, pocos minutos para ellos. 

Entre risas y cuentos, deseo y placer habían pasado el día más diferente y exquisito que en muchos podían tener memoria.  Recordaron como se habían conocido, el taxi, la lluvia, las llamadas, el ascensor y hoy nuevamente el ascensor…  era increíble  cómo en estas pocas horas, sus vidas habían  conectado de una forma tan definitiva , una complicidad tácita con tinte tal vez eterno, superior a la que habían logrado  tener alguna vez  con ninguna otra persona, aún las que estuvieron o estaban ligadas a sus sentimientos pasados o presentes.

Por un momento él dejó salir su incomodidad, la camuflada diariamente, con el permiso de quién puede exprear lo que piensa sin miedo alguno, luego se dio cuenta que  nunca a nadie había sido capaz de contarle eso, por temor a parecer desagradecido y sobre todo por darse cuenta el mismo, de lo desagradable que aveces se volvía  su propia realidad. 

Ella por su parte permitió que el fuera su «psicólogo» por un rato y también habló de sus dolores, de un pasado muy frustrante, y de una soledad escogida con premeditación.  Pero el deseo los supero y los hizo hundirse en él, olvidarse de todo lo que estaba fuera de ese momento juntos. 

Lo disfrutaron tanto que ninguno vio pasar las horas, excepto para comer lo que el servicio les trajo hasta su puerta. Ninguno de los dos habló de irse, y mucho menos de quedarse.  Ambos sabían que era lo único posible, solo tenían ese ahora, no habría fotos, ni reuniones comunes, no era un camino para ser transitado por tiempo determinado, era el amor concentrado en pocas horas en un tiempo que se eternizó mientras lo tuvieron entre sus manos.

El cansancio les hizo dormir y al despertar el no quiso molestarla; contemplarla dormida era un premio que no dejaba de admirar… por un momento pensó que era capaz de dejarlo todo por quedarse así con ella, y luego la razón subió sobre la superficie del corazón, haciéndole volver.

Ahora frente a la puerta, con una mano para abrir su salida del paraíso, solo quisiera volverse y navegar junto a las sabanas, por la curvas que ha conocido en este día; esas mismas por las cuales sus pensamientos se van a deslizar cuando quiera.  Quisiera estar ahí cuando ella abra los ojos y comérsela a besos, pero hacer eso implicaría que ya no podría salir de las redes que hoy cupido ha tendido entre ellos.  Todavía piensa:  —aún puedo decidir dejar esto hasta aquí -sin que sus raíces le retenga-. 

Abre la puerta y el aire que respira afuera, más bien le asfixia, no le sabe a ella. Sale a la calle, vuelve al edificio de su trabajo y ahí trata de perderse en la normalidad de un día que definitivamente no lo es.   

Baja al estacionamiento y toma el camino hacia su rutina, son las 6:30 pm y él se encuentra de cara con su verdad, los compromisos de esta hora le esperan; mientras sus pensamientos vuelan al inicio de este día.  Ese inicio cuando envuelto en los fantasmas que no mostraba a nadie, salió por un poco de aire a gritar su insatisfacción, a dejarse llevar por su pensamiento anhelando que apareciera su compañía de ascensor y así poder darle rienda suelta a lo que su mente pensó cuando la tuvo tan cerca.

Ella no quiere abrir los ojos, su próximo paciente quizás pueda esperar, mientras se fascina con lo que recuerda a párpados cerrados, siente sus manos, su respiración, su placer… este día comenzó y le era imposible subir a aquel ascensor y no anhelar que él estuviera ahí, que se volviera a cerrar, como hace un tiempo atrás. Lo irónico es que va sola y se asusta al sentir que sus luces parpadean y con eso  la subida se trastoca.  Sale del ascensor y comienza su ascenso en las escaleras…  alguien toca a su puerta , su asistente le avisa que ha llegado un paciente en crisis.  Ella no quiere abrir sus ojos, quiere quedarse a vivir allí, en lo que no sabe si es sueño o realidad.

Alguien dice el nombre de él: —¡Con que aquí estabas! Tengo rato buscándote amigo, te están esperando en la sala de juntas. Él, parado en el balcón abre sus ojos y ve caer por el aire unas hojas de papel. La presiente.

El abre la puerta, ella se endereza en su asiento y al levantar la mirada le ve, es él, en su consultorio, él quien tenía la emergencia… está ahí, tan real como en la escalera, como en el ascensor, como en la habitación. Ambos se miran y saben que va a pasar. Nadie les hará despertar. Nadie puede delimitarle lo que es real y lo que está en sus pensamientos o sueños… nadie.


Libertad…!

Mis manos están adormecidas. Mi boca en el más mjdo silencio, mis pensamientos sin atraverse a ya nada. Simplemente he estado mucho tiempo  prisión .

Por muchos años las manos atadas, la palabra silenciada y la prohibicion absoluta de tener un pensamiento diferente al aprobado, todo para evitar que pudiera escapar, y sobre todo que me pudiera expresar. Siento aún el frío y la dureza de las esposas haciéndome daño. El verdugo con la llave guindada de su cinto, asustándome cada vez que se acerca a mi celda.P ero esta vez, enviaron a otro, uno distinto para presentsrme ante el juez, otra vez.

Quien ha estado por mucho tiempo tras laa rejas, sin aspirar vientos de libertad, puede que el solo pensarla le ahogue de susto y la sensación entre miedo y excitación se confunda.

Han corrido muchos años, hoy nuevamente ante un juez, esta vez con boleta de excarcelación que me han dicho que se expide como resultado final (para mi asombro y contraria a mi falta de esperanza). Muchos pueden opinar que no la merezco, que es preciso «pagar» por algo tan horrible como el asesinato. Sin remisión de pecado me declararon durante todo este tiempo… Ahora, milagrosamente, la libertad me espera.

No hay miradas conciliatorias y quizás pocas sean las voces (aunque sea en la mente) que expresen algún tipo de regocijo por mi salida, creo que si estuviéramos en los tiempos de la inquisición no dudarían en arrojarme de una vez a la hoguera, pero aquí estoy, el día llegó.

El ruido del martillo del juez suena seco y rotundo,y al tocar golpeando fuerte la superficie de su estrado en señal de su autoridad que es inminente, hace que comience a recordarme como fueron también hace ya una decada (que oarrce un siglo) la lectura de los cargos… los mismos que ahora, en este momento me son revocados; ahora, diez años después de haber comenzado toda esta absurda historia.

De pie, como cuando recibí la imputación de los mismos y su indefendible sentencia, hoy también estoy de pie para recibir una absolución que no termino de entender de dónde vino. Me habían dado «cadena perpetua» y ahora resulta que deciden dejarme ir…

Los cargos pronunciados por el honorable juez y confirmados por los rectos integrantes del jurado, que me encontraron culpable, fueron:

♦Asesinato en primer grado con premeditación y alevosia.

♦Sedición de la más cruel.

♦Incumplimiento del deber.

Y ante tales afirmaciones, no tuve más que aceptar lo que todos se empeñaron en decir, sus voces acusatorias eran más fuertes que la mía, y el cansancio del proceso totalmente me agotó.

Si, hoy desde el lado de quien ya no puede perder nada más, reviso los cargos y a diferencia de aquel entonces, orgullosamente me siento «culpable«. Entiendo ahora a que sabe la Libertad y sobre todo en que consiste ser libre. Estoy bien con mi sentencia, porque en definitiva me confieso culpable de:

El asesinato a mi silencio, ese que daba la resignación… el pensar y premeditar por mucho tiempo como salir del cautiverio que no dejaba que expresara lo que sentía. Eso me llevó a la gran decisión de rebelarme… ¡si, rebelarme! Y dejar de decir: ¡si! A lo que no quería y dejar de colocar negativos a lo que simplemente iba sintiendo mi corazón. Para unos, la vida perfecta, es de mayor importancia que una vida imperfecta con sentimiento (pero quizas nadie se imagina cuán dura resulta la primera y que liberadora podria ser la segunda). Homicidio en cualquier grado pueden decir que cometí, y ahora con claridad puedo decir que si. No más silencio, no tengo más tiempo para eso. Me expresare cada vez que un sentimiento ronde mi alma, el Deseo llegue a mi cuerpo y el pensamiento sacuda mi mente.

Soy además rebelde y me declaro en absoluto desacuerdo con los que se empeñan en disimular lo que se siente, solapando el ser a través de máscaras que nunca quedan bien. Tengo aversión contra el sentimiento que se resigna y ya no levanta sus alas, porque todo el mundo dice: –¡No puede ser! Sabiendo que lo que se siente es lo único que al fin y al cabo «se es».

Y con respecto al deberese que subraya la norma y hay que cumplir cuando la puerta se cierra tras nuestras ilusiones y todas se cancelan y apagan junto con la luz de cada noche, porque se sustituye lo que podemos desear y sentir por lo que «debe hacerse y como» quedando lo que realmente somos y sentimos fuera para ser simplemente miserables. Me hago promesa firme a mi misma de no cumplir nunca más uno de esos «deberes» en el que el amor hace ya «siempre» que se marchó. 

No se puede sentir por «obligación».

Oigo al juez decir el final, mientras repasaba mis cargos y mis convicciones…

– Lamentamos el tiempo perdido y ante la falta de verdaderas pruebas que soportarán todos los cargos y considerando además que el juicio fue de alguna manera distorsionando por los profundos perjuicios de unos pocos y, considerando además que lo peor que puede ocurrirle a un ser humano es estar donde no quiere y con quien no quiere… este juzgado le declara: ¡Libre!

– Ya no tengo nada más que hacer aquí. Mis manos y pies están libres de la cadenas opresivas de los pensamientos impuestos de otros, mi corazón se acelera, pero a pesar del temor, ya no hay vuelta atrás. Hoy decido volar… mi ala derecha dice: Lo que pienso y mi ala izquierda: Lo que Siento y yo aquí, me dejo impulsar por ellas. Ya no hay limitaciones impuestas por aquellos que no saben quién soy; simplemente llegaré hasta allá, hasta donde realmente quiero llegar. Espérame

 «Kany García – Cómo Decirle (Acoustic Session) ft. Federico Miranda» en YouTube

https://youtu.be/FZe8vkvRbM0

Balde de agua fría…

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Entre sábanas revueltas una vez más amaneció. Tanteó con su mano izquierda… no había nadie. La sensación era de pérdida.  Pero, pérdida ¿de qué o mejor dicho de quien?

Recordaba que le había visto un par de veces en el comedor común de la oficina. Nunca intercambiaron palabras, ella sólo le veía. Tantos años trabajando en el mismo lugar y ningún lazo afectivo, era como un desperdicio, pero así era, el país de los muertos, el de los trabajos sin paga que alcance, el de los sueños que se rompen por una simple noche de sexo, hasta sin placer. Muchas personas unidas con un mismo fin, hacer crecer la estadísticas y posición de una organización, que cada vez les había hecho más desorganizadas sus vidas, porque al fin y al cabo ya no vivían. Diez años allí, y su corazón seguía igual, vacío.
Unas conquistas de esas aleatorias, sin premeditación y por otra parte sin sentido o futuro, le había arrinconado en el extremo de la cama vacía y el silencio ruidoso de noches interminables.
Muchos decían en medio de las pláticas del almuerzo:
-¿Hasta cuándo estás así? Los años te pasan y no esperan ¡inviértelos en el cuerpo de alguien..! para que no quede solo consumido por la edad.
Eran comentarios satíricos y burlones que lejos de hacerle sentir mejor, aumentaban su desasosiego.
Una media sonrisa se permitía dibujar, mientras por su espalda de deslizaban las palabras hirientes, yéndose a quedar en la parte baja de sus caderas, esas que efectivamente ya habían empezado a recibir los embates de los años.
En algún momento lo miró, en ese mismo comedor que a veces detestaba, por el ruido y la comida repetida que siempre servían.  A cuatro mesas de la de ella, se sentó… quizás algo solitario, como ella (pensó) o más bien abstraído del mundo, pensando en cual sería su próximo movimiento.
En la mesa de ella, entre sus compañeros habituales, dos eran mujeres y los otros dos hombres, ella era la que definitivamente rompía el esquema del «dos para dos» de ahí los ánimos que recibía. 
Como quien no tiene interés, pero si curiosidad, preguntó por él a sus amigos.
Los detalles no se hicieron esperar. Cien por ciento digital, respondieron casi al unísono. Ratón de la biblioteca de Ciencias en la Universidad, comento una de sus compañeras fijas, quien se había cruzado con él en algunas clases, cuando ambos eran muy jóvenes y algo diferente a lo de ahora.
Entre tantas palabras, ella se silenció. Le parecía no muy acertado el que sintieran que le gustaba. Podrían establecer algún tipo de presión al respecto, así que decidió dejarlo hasta ahí. No preguntó más, ni comentó más.
Pocos días pasaron y el hombre lejano de acercó, como al descuido. Una bandeja caída, un tropiezo y un: -«Disculpa» fue suficiente para que ella realmente pudiera detallar sus ojos.
Se miraba al espejo y se decía: «No te emociones que esas cosas, ya eso ha quedado en el pasado». Sus planes sólo eran sobrevivir en este mundo en el que todos casi mataban por sobresalir. No era tan malo, a pesar de todo contaba con sus amigos, los del comedor, los de los comentarios hirientes, los seguros de todos los días. Un rictus en lugar de una sonrisa se dibujaba en su rostro cuando los pensaba.  Pero aún así, les amaba.
Cuando tenían problemas entre sí, ella mediaba. Una de ellas se practicó un aborto por temor al rechazo de su «par» y ella le aconsejó por todos los medios que no lo hiciera y cuando todo falló y salió mal, casi muere, pero ella estuvo allí para atender y consolar, con la discreción que el caso ameritaba.
Cuando uno de ellos, el más alegre y descarado.  El que nunca se enteró que iba a ser padre, flirteaba con otra casi en la cara de quien era su pareja (o al menos parte de su dos para dos) ella intervino más de una vez, no con amenazas, sino con palabras que le hicieron reflexionar y ver lo que podía perder. Con buen resultado o no, ella obraba para el bien del equipo.
Cuando el otro masculino del grupo, el divorciado y emparejado con la otra chica del cuarteto que se convertía en quinteto disonante con ella, no recogía a su hija a tiempo los días que la tenía, ella le hacía el «quite» y la buscaba para entretenerla mientras él aparecía y así llevaban todos la fiesta en paz, en pro del bienestar de la niña.
Cuando la segunda de las chicas, la emparejada con el divorciado quería irse de farra, con drogas incorporadas, más de una vez la recogió y le buscó ayuda profesional para que no quedara atrapada por sus adicciones. Le hizo pensar en algún momento que el hogar que quería formar, necesitaba de la sobriedad de ella y la atención de él, por tanto debía hacer su parte cada uno.
En fin, esa era ella y su grupo… en aquel medio ambiente hostil, de la competencia.  Eran todos quizás algo mas jóvenes que ella, pero igualmente todos muchísimo más viejos por los desaciertos y malas actitudes ejercidas y sobre todo no dispuestos a corregir. Ellos llenaban sus bocas diciendo que si «vivían», mientras ella sólo les veía y callaba.
Que otra persona se acercara era algo no usual, pero ocurrió.  De pronto se sintió atraída aún más, por el que había visto un par de veces en aquel comedor atiborrado de comensales.
Una vez recibió una nota, otras un libro de sus preferidos, con el ánimo de préstamo, pero que al tercer dia fue dejado como parte del afecto que surgía.  Esta como si él sabía cómo la ruta para acercársele.
¿Cuántos días pasaron? ¿Ocho o diez? Quizás menos.  Lo cierto es que de un momento a otro la vida le cambió.  Era importante para alguien.  Por mucho tiempo se resistió a dejarse llevar, a bailar el compás del amor, los desencantos pasado le habían hecho ser muy precavida, pero esta vez había decidido confiar.
En ese amanecer la sensación de amor era confusa. La soledad del extremo izquierdo de su cama, se presentaba y le golpeaba.  Ella había entregado su amor, pero el simplemente no estaba, y ella no entendía para nada que pasaba.
Era día de trabajo normal, martes, así que debía apurarse. Aún sin entender bien lo ocurrido, en medio del vacío de la habitación se quedó… parada allí, frente al espejo, sintiendo que una sonrisa se había dibujado en su ser, la noche anterior cuando entró con él.  Las lágrimas se confundieron con la las gotas de la regadera.  El reloj presionó y no quedó más que disponerse a arreglarse y a salir a toda prisa.
Al mirar su bolso abierto, encontró una nota que decía. 
-«Tu efectivo no cubrió todo el costo, dile a tus amigos que paguen el resto… tu premio fue suficiente. -Ah, no estás tan mal, después de todo».
Esas palabras fueron como un balde de agua fría que le despertaron aquel día, y como que también para el resto de la vida.
La faena diaria se desarrolló normal en la mañana. Guiños de ojos entre los cuatros del grupo se observaron. La miraban y anhelaban el encuentro en la comida.  Sonrisitas burlonas, se dejaban escuchar en medio del silencio entre los teclados.

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La fila para el comedor era larga, pero todos estaban puntuales, ella se demoró, realmente no le apetecía nada; sin embargo de la fuerza que no tenía sacó, y llegó a su lugar de todos los días, al de aquellos «amigos» desconocidos.
Todos sentados normalmente, y sonrisas con muecas inusuales en sus rostros. El silencio reinante.  Ella jugando un poco con los utensilios. El silencio ruidoso allí, hasta que una de ellas, con picardía pregunto:
-¿Y cómo ha sido tu noche? Creíamos que hoy te soltarías el pelo( como manera de decir que se saltaría las reglas y hasta no iría por la oficina).
– ¿El amor te hizo el favor, por fin? Dijo otro en carcajada.
– ¿Con ganas de repetir? Se escuchó otro comentario.
– ¡Ala pues! Que tanto silencio abruma. ¡Dí que tienes algo ahora par contar a los hijos de tus amigas! Deja el silencio.
Ella sólo pasó su mirada lentamente por cada uno de los cuatro y dijo:

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– La nota decía, que «mi efectivo, no era suficiente» así que ustedes tendrán que pagar el resto de la tarifa.
El ambiente de tornó frío. El descubierto de la trampa quedó ante todos. La vergüenza hizo que se retorcieran un poco en sus asientos. La burla, tuvo cara de muerte ahora. Pero las salidas del desparpajo, no se hicieron esperar:
– Pero bueno no es han malo, compartimos el costo de tu placer, te ayudamos. Vamos, no vengas ahora con un «corazón roto» por un tal desconocido.
– Nosotros valemos más que él.
– Ya nos conoces, no queremos que te desperdicies.
– Ya mañana te habrás olvidado de ese fulano…
Respiró profundo y levantándose volvió a decirles:
-Tienen razón, un corazón roto puede sanar, la amistad si es de verdad, vale por encima de muchas otras cosas… se quienes son, ahora lo sé, y mañana ya no querré recordarlo.
-El desengaño no es por él, sino por ustedes. Creí que yo valía algo más que una burla, que mis acciones y demostraciones de afecto para cada uno de ustedes habían tenido algún significado.  -¡Pero gracias! ese balde de agua fría recibido, ¡me ha despertado! Y ahora puedo ver, que estoy en el lugar equivocado.
Simplemente se levantó y se fue.